lunes, enero 12, 2009

El marxismo y la izquierda europea

Entre las décadas de 1850 y 1870 las ideas de Marx fueron madurando, materializándose en una serie de obras de gran alcance, que transformaron las intuiciones expuestas en El Manifiesto Comunista en una sofisticada teoría de lo social. Este ejercicio amplio y potente de inteligencia dialéctica describía con fineza lo que era el mundo capitalista, y que aportaba, además, un programa político muy claro para conducir el pensamiento de izquierda. A esta torta le faltaba solamente una guinda. Eso sucedió en 1867 cuando Marx publicó el primer volumen de El Capital, su obra más importante. A partir de entonces este emigrado alemán, avecindado en Inglaterra desde fines de la década de 1840, se convirtió en una celebridad mundial.

En los 70’s el marxismo gano una popularidad inusitada al interior del movimiento obrero, popularidad que no había gozado ningún ideario socialista, ni siquiera el anarquismo (tan vivo en la parte latina de Europa: Francia, Italia y España). Había concluido la historia de Marx y sus ideas y había comenzado otra historia distinta, la del marxismo, esto es, la de un punto de vista teórico que se transforma en el insumo o referente de un gran movimiento social.

El prestigio alcanzado por las ideas de Marx quedó de manifiesto cuando se formó la Segunda Internacional de partidos socialistas, el año de 1889. Esta organización, heredera de la Primera Internacional, transformó a Marx en el único interprete válido de cualquier socialismo posible en Europa. Este avance no quedó acotado a la pirámide de las estructuras. También derramó hacia la base, permeando el cuerpo completo de los distintos movimientos de izquierda.
El primer partido en adoptar las ideas de Marx como su eje fue el PS alemán, de 1875. Poco después se organizaron partidos socialistas en Francia, Austria, Bélgica, Suiza, Dinamarca y Suecia. Todos marxistas. Lo mismo pasó en Rusia, el mismo año de la muerte de Marx (1883). Apareció luego la Federación Social Demócrata inglesa, al lado del partido laborista (un partido obrero no marxista). Incluso en el remoto Chile apareció un partido socialista marxista algunos años después (en 1912).

No se trataba de simples saludos a la bandera. La izquierda marxistas se transformó en una fuerza electoral monumental en los primeros años del siglo XX, llegando a ser la que tenía mayor peso objetivo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial.

Y estos partidos no eran cualquier cosa. Se trataba de las maquinarias políticas más modernas y eficientes de la época.

Antes de la irrupción de los partidos marxistas la política estaba en manos de frágiles asociaciones de notables, con una representatividad mínima y una orgánica débil. Partidos de salón, nada más. Los partidos marxistas fueron los primeros en dialogar con las masas y en iniciar el proceso que llevó a la canalización de su participación. Se trataba de maquinarias centralizadas y disciplinadas, integrados por cientos de miles de ciudadanos. Sus estructuras administrativas funcionaban. Sabían cobrar las cuotas a sus militantes. Sabían organizar movilizaciones eficientes. Sabían socializar sus ideas. Sabían, además, satisfacer ansiendades mucho más profundas del pueblo de izquierda.

Estos partidos de izquierda se encargaban de construir, para los militantes, una cultura socialista propia, un mundo propio, independiente de la cultura oficial burguesa: los partidos socialistas tenían guarderías para niños socialistas, cooperativas de viviendas, sociedades atléticas, clubes de cicilistas, de excursionistas, coros socialistas, campamentos de verano socialistas, todo tipo de organizaciones recreativas y culturales.

Un mundo completo hecho a la medida del ideario marxista, por una razón incuestionable: cómo los trabajadores habían sido excluidos de la sociedad y la sociabilida burguesa, tuvieron que construirse su propia sociedad, su propia sociabilidad.

Pleno éxito del marxismo. Pero también, a la vez, una extraña derrota. Porque en el mismo momento en el que marxismo lograba imponerse como ideología dominante dentro del movimiento trabajador (en Europa y en otras partes, como Chile), dejaba de pesar como un verdadero instrumento para la superación de capitalismo debido a la primacía que adquieren las posiciones de los socialdemócratas..

Pasaron cosas importantes, que Marx no supo predecir.

Marx había anunciado la inevitable superación del capitalismo, como resultado de sus propias debilidades internas: imaginaba el capitalismo como una entelequia inestable, sujeta a continuas crisis que la irían socavando, hasta un último terremoto, preludio de su definitiva superación histórico.

Eso no sucedió. El capitalismo pasó por aprietos momentáneos, durante el siglo XX, sin que se detuviera nunca el vigor de este proyecto histórico. Lejos de eso, con el tiempo el capitalismo terminó superando todos los umbrales existentes y terminó batiendo al proyecto socialista, por todos lados (incluso, por dentro, con el caso de algunos países comunistas, que adaptaron el capitalismo, dejando que subsistiera, en un plano formal, el socialismo).

La verdad es que las supuestas contradicciones internas del capitalismo no provocaron ningún terremoto social: la lucha de clases, lejos de agudizarse, se fue atenuando en forma muy evidente.

La sociedad no estaba evolucionando en la dirección prevista.

Marx decía que los burgueses o capitalistas irían cada vez más extrayendo la plusvalía de los trabajadores, hasta dejarlos desnudos, en la máxima miseria, en un proceso incremental, cuyas fases más duras se vivirían conforme el capitalismo alcanzara sus momentos más avanzado. ¿Sólo se empobrecería el proletario? Al principio, si. Al final, todos. Precisamente porque, en la parte final, la expansión burguesa alcanzaría con fuerza a las capas medias y a ella misma. Algunos burgueses superpoderosos lograrían proletarizar a todo el mundo, dejando subsistentes sólo dos clases. Burgueses y proletarios. Dos grandes contendores que se batirían, en una guerra frontal, como no lo habían hecho ninguna clase o estrato anterior.

Eso no sucedió, realmente. A partir de mediados del siglo XIX las condiciones de vida de los trabajadores industriales dejaron de deteriorarse. De hecho, comenzó a pasar lo contrario. Los salarios comenzaron a subir. Los beneficios de la modernidad, antes inaccesibles, comenzaron a ser recibidos, en forma cada vez más rutinaria.

Esto fue especialmente claro a partir de la década de 1870. Los burgueses seguían amasando cada vez más riquezas, pero los proletarios no se estaban empobreciendo. Entre 1870 y el 1900 sus salarios reales subieron en un 50%, debido al incremento de la productividad del trabajo.

La cesantía, además, comenzó a caer.... en algunas sociedades industriales incluso pudo lograrse el objetivo del pleno empleo...

El progreso experimentado por los trabajadores permitió que muchos de ellos dejaran de lado la idea de superar el capitalismo.... eran trabajadores, pero no ese proletariado presupuesto por Marx (no ese pueblo elegido cumpliendo con su misión histórica de derribar el capitalismo, apremiado por su horrible situación de vida).

Tampoco desaparecieron las otras clases. Eso fue claro, especialmente, a propósito de la clase media.

Marx nos había dicho que la clase media era un paréntesis, algo que debía desaparecer por la expoliación, por la proletarización generada por la concentración. Pero esa clase media no desapareció. Lejos de eso, comenzó a crecer, como no lo había hecho nunca, precisamente en los países en que debió haberse debilitado (en los industrializados). En algunos de esos países ese crecimiento fue tan acentuado, que esta clase que Marx tomaba como algo transitorio, se transformó en casi la única clase que existía. Por montones de motivos que este filósofo no predijo. En primer lugar, porque esta clase media terminó incorporando una parte del proletariado: cierto tipo de trabajadores del nuevo mundo capitalista industrializado, que no estaban en la fábrica, pero cuyos sueldos no daban para profesionales o para capitalistas: esa amplia clase de trabajadores de cuello blanco (oficinistas, funcionarios públicos, etc.) que no se sentían identificados con el destino que corrían los trabajadores industriales y que no se sentían clientes de los partidos marxistas.

¿Cuántas personas estaban en esta posición intermedia? En naciones como Suiza, en ciertos estados de Estados Unidos, con altos estandares de vida, donde la actividad económica eran los servicios, casi todo el mundo ocupaba esas posiciones intermedias.

Y lo más increíble de todo: en las sociedades capitalistas más avanzadas, que conocimos en el siglo XX, las diferencias de ingresos entre los distintos grupos se fueron atenuando, a medida de que los ingresos de los ricos (excluida la elite de los supermillonarios) comenzaron a acercarse cada vez más a los de abajo, debido a las mermas sufridas como resultado de la aplicación de impuestos progresivos (mientras más ganancias, más impuestos). Por arriba, además, los contornos de las antiguas clases dominantes se fueron desdibujando, a medida que surgían otros tipos de estratificación. A la cabeza de la sociedad ya no había un solo segmento social uniforme (la burguesía compacta conformada por dueños de bienes de producción que viven las mismas realidades, que tienen los mismos intereses, que se mueven como bloque buscando lograr, juntos, el control de los destinos de todos los otros), que tuviera el control de todo. En estos mundos tan complejos como los que conocieron las sociedades industriales avanzadas (el motivo de la reflexión de Marx) las parcelas de poder se dividieron en infinidad de minorías especializadas —artísticas, deportivas, culturales, económicas, tecnológicas, etc.—, cada una de las cuales se movía en un sector de la sociedad, era influyente allí. ¿Una misma burguesía? Más bien un sistema muy entreverado de minorías, entrelazas de distintas maneras, sin que ninguna tenga regularmente un control de la situación (un control pleno, como el que Marx endilgaba al burgués que el proyectaba para el futuro). ¿Dónde la burguesía lograba comportarse como lo prescribía el modelo marxiano? En realidad, solamente en pequeñas naciones subdesarrolladas, como Chile.... nunca en los países del capitalismo voraz.

Este desmembramiento de las clases que se dio arriba, también se proyecto hacia abajo. Las clases antiguas, con las líneas divisorias tan claras, se fueron desarmando también en una serie de subgrupos, también en la parte baja y la del medio.

Parecía como si en estas sociedades se estuviera cumpliendo la profecía de Marx: el fin de las diferencias sociales sustentadas en las diferencias de clases. Sólo que esta desaparición de las clases no se debía a la derrota del capitalismo, por el proletariado, sino a su implacable éxito.

Al lado de esto, vimos otro error de puntería. Marx nos había dicho que la única manera de lograr un progreso real en las condiciones de vida del proletariado era por el camino de la revolución. No había lugar para un camino evolucionista, como el alentado por los dirigentes sindicales o por la prensa obrera.

El problema con el gradualismo, aducía, es que resultaba inherentemente funcional a la perversidad del capitalismo. Porque las ganancias parciales que permiten estas luchas (nunca esa ganancia neta o total que solo puede permitir el comunismo), siempre terminan desmovilizando al agente del cambio. Hacen sentir al obrero, para partir, que el capitalismo puede ser su sistema. El cartismo, el sindicalismo, todos los movimientos obreros que luchan dentro del sistema, a través de la huelga, a través de la prensa obrera, por obtener leyes sociales, reformas, que mejoraran las condiciones de vida de la clase trabajadores, terminan en lo mismo. Son simple opio, como la religión, opio que garantiza la perpetuación del capitalismo, opio que posterga la realización del cambio violento a la siguiente fase en el calendario de la historia.

Nada que favorezca, realmente, la integración social y la igualdad. ¿Por qué? Por montones de motivos, como los expuestos. Al final, debido a tesis primaria que se entiende muy bien, si la revisamos con honestidad: resultaba completamente inimaginable, para el padre del socialismo, soñar en que pudiera alcanzarse, dentro del terreno del enemigo, los dones que el consideraba específicos del socialismo; ¿cómo podía pedírsele a un izquierdista genuino que aceptara (que acepte incluso hoy) que puedan cumplirse, dentro del capitalismo, los objetivos de igualdad que se plantea el socialismo... ¿puede haber regímenes industrializados sin esas diferencias odiosas de ingresos? Eso no puede darse, nunca, en ningún escenario.... salvo en el de la completa superación del capitalismo.

¿Cómo tomar el sindicalismo?

Marx aclaraba: estos movimientos obreros sindicalistas eran una simple manifestación del retraso, de la inmadurez, en algunos procesos sociales; el sindicalismo era un momento transitorio, que desaparecería cuando madurara lo suficiente el proceso (cuando se aceleraran en su momento más álgido las contradicciones internas del capitalismo): ahí vendría la lucha frontal.
Pero el sindicalismo y las reformas socialdemócratas no desaparecieron. Lejos de eso, aportaron el conducto central por el cual eligieron transitar todas las fuerzas socialistas, el grueso de los obreros movilizados.

Los representantes de la izquierda marxista aceptaron ser parte de los parlamentos, que funcionaban en esos mismos estados-nacionales burgueses que Marx dijo tenían que desaparecer (por obra de la destrucción del obrero revolucionario). Aunque seguían abrazando con entusiasmo el internacionalismo, en la práctica las demandas de los obreros tenían un claro alcance nacional: las leyes que lograron sacarle a los parlamentos siempre buscaban beneficios para los trabajadores de ese país.

El hecho de que los marxistas europeos se movieran dentro de los estados nacionales era agorero. Marx nos había dicho que, a la larga, los países tenían que desaparecer. ¿Por qué? Pues porque los estados nacionales eran construcciones ideológicas hechas a la medida de los explotadores. Y si ya no había propiedad privada, si se esfumaban los explotadores, ¿para qué podían servir los países?.

Pero los estados nacionales no desaparecieron en el mundo industrializado. Lejos de eso, se volvieron más poderosos que nunca. Hubo guerras gigantescas que comprometieron a estados nacionales, que se libraron en el nombre de esos estados. Los proletarios, que había avalado los estados al canalizar a través de ellos sus demandas, combatieron en esas guerras con mucho entusiasmo, en el nombre de sus banderas.

Lejos de transitar hacia el internacionalismo, los trabajadores marxistas demostraron ser leales nacionalistas.

Luego de estas guerras nacionalistas, protagonizadas por las naciones más industrializadas, el nacionalismo se propagó por otros rincones del planeta: hizo las de kiko y caco en el tercer mundo. ¡Nunca eso que Marx había dado como muerto había estado tan vivo!

La idea que había detrás del revisionismo al que dieron lugar estas tendencias que se manifestaron, en forma espontánea, al interior de casi todos los partidos socialistas eran claras: el conflicto de clase, comenzaron a pensar todos, no era algo forzosamente inevitable; para transformar el capitalismo no se necesitaba una guerra de clases destructora; el capitalismo podía ser reformado gradualmente, haciéndolo cada vez más conveniente y favorable para los intereses obrereros; para lograrlo se contaba con partidos propios, con organizaciones sindicales, que podían dar la lucha, dentro de la democracia, sin revolución, sin ninguna dictadura del proletariado.

El gradualismo o revisionismo tenía el mejor aval que podía imaginarse. La experiencia práctica vivida por las clases trabajadores de Europa (incluso de Chile).

Las movilizaciones, sindicales o espontáneas, lograron sacar una tajada enorme de los beneficios que producían las empresas a los dueños y al estado. ¿Para qué gastar sangre en beneficios que se estaban logrando de manera tan visible, por un camino mucho más amable? La idea marxiana que predecía el fracaso del gradualismo había fallado. El gradualismo había traído más bienestar del que los pobres habían gozado nunca (por lo menos en las naciones industriales avanzadas).

Las odiosas diferencias del principio fueron dando origen a modelos de mayor integración social. En los países más capitalistas de todos....

En países como los del norte de Europa, en algunos estados de NA, en Japón, la brecha entre el rico y el pobre se redujo hasta casi desaparecer. Las profesiones manuales no solo lograron generar mejores ingresos. También se dignificaron socialmente.

¿Y la revolución? A comienzos del siglo XX había dejado de ser un objetivo para los marxistas. Los trabajadores, los líderes socialistas, los ideólogos, habían dejado de ser, casi todos ellos, revolucionarios activos. La social-democracia se volvió la receta dominante en Europa. Dejó de ser ser posible, por lo mismo, el estallido de una verdadera revolución proletaria en Europa, que destruyera el capitalismo y la democracia. En todas partes, incluida Rusia, con su aguerrido socialismo revolucionario, en un escenario social en que se veía como inminente el estallido de una gran crisis, incluso de una revolución (pero no marxista, sino burguesa)... ya no había esperanza para la revolución en ninguna parte....

Hasta que vino la Primera Guerra Mundial. Sin ella las ideas de Marx habrían terminado de ser asimiladas en el cuerpo central del pensamiento europeo. Se habrían quedado allí, dormidas, inermes, como las ideas del mismo inspirador de Marx (Hegel), como materia prima para las clases de historia de las ideas.