miércoles, abril 25, 2007

La encrucijada tercermundista

¿Cómo enfrantar el desafío de organizar las naciones novatas que pueblan el escenario político mundial con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial? ¿cómo confrontar la precariedad de estos proyectos nacionales insolventes?. En todas partes del tercer mundo se dio más o menos la misma dinámica.

Algunas de estas naciones optaron por instalar democracias, basadas en el capitalismo, que imitaban a su contraparte europea. Pero esta fórmula no produjo resultados especialmente alentadores. La democracia liberal, con el modelo de desarrollo adjunto a ella, basado en economías abiertas que compiten libremente, aprovechando sus ventajas comparativas, perdió todo prestigio en el tercer mundo.

Había razones sobradas para este fenómeno, que fue tan general. La democracia ofrece un mecanismo magnífico para administrar el poder, para resolver el asunto de la sucesión y la alternancia, para resolver las tensiones que existen al interior de cada sociedad, para metabolizar todo tipo de conflictos sin que haya derramamiento de sangres, para movilizar las capacidades y las energías de las personas en forma creativa y proactiva, para distribuir de manera razonable (aunque no necesariamente equitativa) los recursos de la sociedad. Pero las democracias formales no funcionan en cualquier parte. Parecen necesitar que se den ciertas precondiciones. Entre ellas, una de las impajaritables, es la de la existencia de una mínima cultura ciudadana (que la gente sepa leer y escribir, que esté acostumbrada a moverse dentro de las reglas que fija el estado de derecho, etc.) y de un umbral mínimo de desarrollo productivo previo. Cuando un sistema político inspirado en los sistemas representativos occidentales se inserta en sociedades en que las demandas de los distintos actores exceden con mucho las capacidades económicas del sistema, se hace inevitable el estallido de presiones sociales, de procesos de movilización, y la crisis política también se hace inevitable.

Todos los ensayos de democracia que se hicieron en estos países recientemente independizados, excluido el caso indio, fracasaron estrepitosamente. Estos fracasos fueron sucedidos, casi siempre, los mismos cursos de acción: luego de probar con este modelo importado a la carrera los países tercermundistas siguieron con la vista puesta más hacia fuera que hacia adentro. El camino del fascismo y del populismo fue contemplado como solución por más de algún país, especialmente en latinoamerica. Pero sin la perseverancia necesaria y sin la convicción suficiente: ambos sistemas impulsaban transformaciones que atacaban algunos de los defectos de las democracias y del capitalismo, sin afectar la sustancia del sistema. Luego de probar estas soluciones que atacaban los síntomas de la enfermedad capitalista, pero no la enfermedad misma, en todas partes se intentó implantar el único modelo de desarrollo, alternativo al capitalista, que se había apuntado éxitos efectivos: el “socialismo real” de los soviéticos.

La URRS ofreció al tercer mundo el único modelo de un país atrasado que había logrado desarrollarse en el siglo XX (estamos hablando de mediados de ese siglo, cuando todavía no era evidente el extraordinario salto que dieron poco después los países asiáticos).

¿Pudieron las naciones tercermundistas salvarse estableciendo dictaduras desarrollistas de partido único que imitaran a los soviéticos?.

La verdad es que tampoco. Aunque las naciones que conformaban Unión Soviética eran atrasadas, agricolas, esa nación estaba cerca de Europa, tenía nucleos desarrolados, problemas y elementos, también, propios del desarrollo. Las naciones africanas, asiáticas o latinoamericanas eran incluso más subdesarrolladas que la subdesarrollada Rusia, que no tenía gran cosa, pero si lo suficiente para instalar una dictadura bárbara, que impone un socialismo de estado. ¿Cómo crear estas dictaduras de partido único en naciones que no tienen estado, ni partidos capaces de someter los particularismos? Las naciones del tercer mundo eran, muchas veces, engendros fisurados por problemas étnicos, por rivalidades regionales, incapaces de establecer dictaduras de partido único, que impulsaran desde el Estado un proyecto desarrollista. Lo que hicieron, entonces, fue aplicar adaptaciones propias del modelo del socialismo real, que reconocieran las características de cada una de esas sociedades (que dejaban pie, al final, muy poco del modelo original). Así fue en China, en Korea, en Cuba, etc.: proliferaron distintos tipos de socialismos, todos ellos referenciados al comunismo soviético, pero con acentos locales tan importantes como para que fuera imposible, muchas veces, reconocer la presencia de un tronco común (sobre el que quiero hacer algunos comentarios más adelante, cuando me dedique a discutir el tema de los “socialismos reales”).

¿Qué consecuencias había que sacar de los fallos que presentaban los “socialismos reales” aplicados por los asiáticos o los africanos?.

Quienes se agregaron al club del socialismo más tarde, en los 60’s y 70’s, poco antes de la caída del muro de Berlín, se preguntaban si había algo estructuralmente defectuoso en la receta de Marx. ¿Sería posible cimentar un régimen comunista que cumpliera con las esperanzas de latinoamericanos o africanos, que funcionara bien? ¿qué lineamientos había que dar a estas experiencias? ¿cómo aprender del camino recorrido, de los tropiezos vividos por todos los revolucionarios anteriores? No era la idea sacar capitalistas para instalar dictaduras militares barbáricas.

Hubo empeños de todos los calibres y tipos. Incluido el caso chileno, que aportó una reflexión bien interesante sobre el tema. ¿Cómo lograr superar el capitalismo sin que ese esfuerzo nos lleve al despotismo tercermundista?. Allende nos recuerda que la revolución necesita un umbral previo de condiciones, que no se dan casi nunca en estas partes australes del mundo. Para llegar al paraíso del comunismo, pasando por la posta intermedia del socialismo, recomienda un camino distinto al seguido por todos. Uno que comience realmente por el principio. El principio obligado está a la vista. Hay que comenzar por transformar, dentro del propio sistema, la economía y la sociedad. Luego de un largo proceso de transición, en un más adelante que no está definido, vendrá quizás la independencia soñada, la transformación revolucionaria de la política (que debe ser siempre lo último, y no lo primero, como han supuesto todos los revolucionarios tercer mundista). Llamó a este juicio de sensatez la “Vía chilena al socialismo”. Conozcamos sus propias palabras:


LA VÍA CHILENA AL SOCIALISMO. DISCURSO DE SALVADOR ALLENDE EN PRIMER MENSAJE AL CONGRESO PLENO, 21 DE MAYO DE 1971

La superación del capitalismo

Las circunstancias de Rusia en el año 1917 y de Chile en el presente son muy distintas. Sin embargo, el desafío histórico es semejante.

La Rusia del año 17 tomó las decisiones que más afectaron a la historia contemporánea. Allí se llegó a pensar que la Europa atrasada podría encontrarse delante de la Europa avanzada, que la primera revolución socialista no se daría, necesariamente, en las entrañas de las potencias industriales. Allí se aceptó el reto y se edificó una de las formas de construcción de la sociedad socialista que es la dictadura del proletariado.

Hoy nadie duda que, por esta vía, naciones con gran masa de población pueden, en períodos relativamente breves, romper con el atraso y ponerse a la altura de la civilización de nuestro tiempo. Los ejemplos de la URSS y de la República Popular China son elocuentes por sí mismos.

Como Rusia, entonces, Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar una manera nueva de construir la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la vía pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes concretada. Los pensadores sociales han supuesto que los primeros en recorrerla serían naciones más desarrolladas, probablemente Italia y Francia, con sus poderosos partidos obreros de definición marxista.

Sin embargo, una vez más, la historia permite romper con el pasado y construir un nuevo modelo de sociedad, no sólo donde teóricamente era más previsible, sino donde se crearon condiciones concretas más favorables para su logro. Chile es hoy la primera nación de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista..........

Nuestro camino hacia el socialismo

Cumplir estas aspiraciones supone un largo camino y enormes esfuerzos de todos los chilenos. Supone, además, como requisito previo fundamental, que podamos establecer los cauces institucionales de la nueva forma de ordenación socialista en pluralismo y libertad. La tarea es de complejidad extraordinaria porque no hay precedente en que podamos inspirarnos. Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas -particularmente al humanismo marxista- y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno.

Científica y tecnológicamente hace tiempo que es posible crear sistemas productivos para asegurar, a todos, los bienes fundamentales que hoy sólo disfrutan las minorías. Las dificultades no están en la técnica y, en nuestro caso, por lo menos, tampoco residen en la carencia de recursos naturales o humanos. Lo que impide realizar los ideales es el modo de ordenación de la sociedad, es la naturaleza de los intereses que la rigieron hasta ahora, son los obstáculos con que se enfrentan las naciones dependientes. Sobre aquellas situaciones estructurales y sobre estas compulsiones institucionales debemos concentrar nuestra atención.

Lograr las libertades sociales

Nuestro camino es instaurar las libertades sociales mediante el ejercicio de las libertades políticas, lo que requiere como base establecer la igualdad económica. Este es el camino que el pueblo se ha trazado, porque reconoce que la transformación revolucionaria de un sistema social exige secuencias intermedias. Una revolución simplemente política puede consumarse en pocas semanas. Una revolución social y económica exige años. Los indispensables para penetrar en la conciencia de las masas. Para organizar las nuevas estructuras, hacerlas operantes y ajustarlas a las otras. Imaginar que se pueden saltar las fases intermedias es utópico. No es posible destruir una estructura social y económica, una institución social preexistente, sin antes haber desarrollado mínimamente la de reemplazo. Si no se reconoce esta exigencia natural del cambio histórico, la realidad se encargará de recordarla. Tenemos muy presente la enseñanza de las revoluciones triunfantes. La de aquellos pueblos que ante la presión extranjera y la guerra civil han tenido que acelerar la revolución social y económica para no caer en el despotismo sangriento de la contrarrevolución. Y que recién después, durante decenios, han tenido que organizar las estructuras necesarias para superar definitivamente el régimen anterior.

El camino que mi Gobierno ha trazado es consciente de estos hechos. Sabemos que cambiar el sistema capitalista respetando la legalidad, institucionalidad y libertades políticas, exige adecuar nuestra acción en lo económico, político y social a ciertos límites. Estos son perfectamente conocidos por todos los chilenos. Están señalados en el programa de Gobierno que se está cumpliendo inexorablemente, sin concesiones en el modo y la intensidad que hemos hecho saber de antemano.

viernes, abril 13, 2007

Un gran problema para el siglo XXI

El gran problema que confronta el siglo XXI es el siguiente: un 80% de la población mundial vive en países que son parte del llamado "tercer mundo". El dato no es Menor. Ocho de cada diez habitantes del mundo, hoy en día, es ciudadano (o súbdito) de naciones políticamente inseguras, que experimentan incrementos constantes de su población, a las cuales les falta la base económica que exige cualquier forma de convivencia sana. ¿Cómo enfrentar este problema? Lo primero que hay que hacer es comenzar, como siempre, tomar una conciencia crítica de el.

Catalicemos esa iniciación en el problema repasando puntos de vista que reflejan las ideas estandar sobre la materia. Voy a dar sustancia a esta discusión agregando algunos datos sobre la situación económico-social de Chile, que es ejemplarizadora de un cuadro mucho más general.


La descolonización afectó, en forma radical, el mapa político del planeta. Aquí hay dos datos cruciales: la magnitud del fenómeno y la velocidad con que se dio (velocidad completamente incompatible con cualquier resultado alentador).

En menos de dos décadas el mundo se llenó de países nuevecitos, que brotaban como callampas.

Estos países asiáticos, africanos, a los que se sumaron los latinoaméricanos (todos, salvo China, ex colonias de un poder colonial europeo), tenían muchas características en común: su fragilidad política, falta de infraestructura, debilidad o inexistencia de una elite conductora, de profesionales o técnicos, analfabetismo, etc.

Una de las características más acusadas de estas naciones nueva fue su extramada pobreza. Las naciones necesitan, como las familias, una base material para instalarse y para permanecer. Pues bien, estos países nuevos no tenían esa base. Estas economías agrícolas, eran casi todas, en condición mucho más deteriorada que la que habían tenido esos mismos países cuando eran colonias.

La mayor parte de ellas no tenían otro rubro económico distinto al que explotaban, cuando sus líderes nacionalistas las independizaron. No les quedó, por lo mismo, más alternativa que mantener las antiguas relaciones de subordinación que antes tenían con sus amos europeos, implantando democracias artificiales que a ellos les parecían obligadas y perpetuando sistemas económicos basados en la exportación de materias primas, en la depredación del medio ambiente y en una mano de obra barata.

Un conjunto de teóricos tercermundistas (los teóricos de la dependencia) han intentado identificar ciertos rasgos comunes que se dan en todas estas economías insolventes.

Discutámoslos.

Economías mono-exportadoras: Los países tercer mundistas no lograron diversificar sus economías. Como colonias se habían insertado en el capitalismo mundial como proveedoras de uno o dos productos primarios. Independientes, siguieron exactamente en lo mismo. En todos los casos estos países que dependían de un solo producto dependían también de un solo mercado, condicionado por los intereses extranjeros. Como todos estos países nuevos lanzaron al mundo sus materias primas, los precios de éstas comenzaron a caer.... Chile es un ejemplo. El cobre le reportaba un 75% de los ingresos por exportaciones. ¿Qué hacer ante una eventual caída de ese precio? No había nada que hacer. En realidad, estos precios cayeron en forma constante, para beneplácito de los poderes compradores. Sólo en un caso los países tercermundista lograron revertir esta tendencia: con el petróleo, luego de la OPEP.

Economía dependiente: Es peligroso que el país dependa de un solo producto, que está sometido a las fluctuaciones del mercado internacional. Es inconveniente, adicionalmente, sobretodo, cuando ese producto está en manos de extranjeros, como era siempre el caso. Los países dependientes de un solo amo europeo se hacen dependientes también de las tecnologías, formas de gestión y patrones de consumo de los amos post-coloniales: no producen para la realidad locar sino para el gusto de personas que viven fuera, que no tienen nada que ver con nosotros. Mala cosa, por que en casos como se produce una completa delegación en el interés extranjero de las políticas económicas. ¿Quién decide lo importante para un país latinoamericano y asiático? ¿sus autoridades, mirando la conveniencia del interés local, las necesidades de estos mercados, las necesidades de dar empleo a tal o cual sector, de generar tal o cual resultado para el país?. La verdad que no. Las verdaderas políticas públicas, en este ámbito, son tomadas en Nueva York o Londres, donde sea que se reuna el consejo directivo de la empresa, siempre dentro del mandato de una empresa: buscar los mejores réditos para los accionistas, no para los países.

Dependencia por partida doble, debido a la circunstancias en que se encuentra el sistema político mundial. Entre 1945 y 1989 las superpotencias obligan a los débiles a alinearse... sin una lealtad para los objetivos ideológicos y geopolíticos no es posible colocar en los mercados las materias primas, ni recibir créditos (ni armas)....

Economías concentradas: En la década de 1960 puede constarse una misma realidad para casi todas las naciones del tercer mundo. Estas economías presentaban una concentración elevadísima. Unos pocos empresarios nacionales, ligados a capitales foráneos, concentraban casi todos los activos financieros, todas las empresas industriales, todas los suelos agrícolas. Unos datos para ilustrar, tomados de la realidad de una nación estandar del tercer mundo, como lo era Chile. Un 17% de las industrias controlaban el 78% de todos los activos del país. La misma norma se cumple en todos los sectores: un 3% de las industrias controlaban cerca del 60% del capital, un 2% de los predios controlaban el 55% de las tierras, 3 empresas mineras norteamericanas controlaban el 60% de las exportaciones, 12 empresas dedicadas al comercio mayoristas contralaban el 44% de las ventas. Estas empresas tenían tal envergadura que eran capaces de ejercer un control monopólico sobre los distintos sectores. Eso les permitía evitar que nuevos competidores ingresaran al mercado, les permitía fijar los precios a su gusto, coludidos siempre con la burocracia estatal y con una elite política casi siempre corrupta (los empresarios de estas naciones lograban perpetuar el aprovechamiento de las facilidades que les ofrecían los nuevos estados, manifestadas en subsidios, araceles y créditos preferenciales, etc., gracias a sus vínculos con la elite local y con la clase política).

Economía basada en la mano de obra barata y en la depredación del medioambiente: La explotación de recursos primarios necesita una mano de obra poco refinada, forzosamente mal remunerada, para desenvolverse. Esto sucede incluso en el caso de países tercermundistas que abrazan el capitalismo, como China. Cómo lo único que interesa de esas economías son recursos naturales, la manera de competir unos con otros es ofreciendo ventajas comparativas del peor tipo: permitir a los capitalistas bajar los costos explotando los recursos sin los resguardos mediambientales y laborales que operan en su propio medio, en el primer mundo.

Economía oligárquica: El desarrollo de una economía exportadora dependiente casi obligaba a que la riqueza se concentrara, en estos países, de manera vergonzosa en una elite privilegiada, conectada de distintas maneras con las empresas monopólicas y dependientes. Quienes se movían (profesionales, políticos, funcionarios públicos, etc.) en la órbita de estos grandes intereses podían acumular enormes riquezas. Quienes estaban lejanos de esos intereses, no recibían nada. Por eso la distribución de la riqueza era tan mala en el país en los 60’s. De nuevo el ejemplo de Chile: mientras el 10% más pobre participaba en un 1,5% del ingreso total del país, el 10% más rico participaba con un 40,2%. La razón en el ingreso de ambos grupos, pues, era de 1 a 27.

El desarrollo de una economía exportadora dependiente casi obligaba a que la riqueza se concentrara de manera vergonzosa en una elite privilegiada, conectada de distintas maneras con las empresas monopólicas y dependientes. Quienes se movían (profesionales, políticos, funcionarios públicos, etc.) en la órbita de estos grandes intereses podían acumular enormes riquezas. Quienes estaban lejanos de esos intereses, no recibían nada. Por eso la distribución de la riqueza era tan mala en estos países en los 50’s y 60’s. El ejemplo de Chile: mientras el 10% más pobre participaba en un 1,5% del ingreso total del país, el 10% más rico participaba con un 40,2%. La razón que existía en el ingreso promedio de ambos grupos, pues, era de 1 a 27.

Esto era desastrozo para estas economías en formación (o muy recientes). En un país en que un grupo minúsculo es el único que cuenta con recursos para consumir, la industria, la empresa como todo, cuando intenta vender dentro (cuando no es una mera factoría dedicada al giro de la exportación) asume también un patrón productivo elitista: produce para satisfacer solamente esa demanda exigente y minúscula. Eso motiva la creación de una dualidad inconveniente. Esa empresa que vende a la elite, puede invertir en tecnología, sobre todo si se alimenta de capitales extranjeros. Pero aunque se trata de una empresa moderna, es una empresa ineficiente. Inevitable que sea así. Porque el volumen de producción dentro de un patrón elitista como el descrito tiene que ser muy bajo, dado el tamaño del mercado (a que obliga un elitismo en que son muy pocos los que consumen), lo que no permite las escalas adecuadas. Se puede ganar haciendo todo mal, desaprovechando los factores productivos. No sólo eso. Una industria de este tipo tiende a producir bienes no esenciales, bienes suntuarios, como los que demanda una elite. Los productos normales (y masivos) que necesita una sociedad saludable quedan fuera de los intereses de los sectores modernos de la industria. Para lo masivo, funciona otra industria. Aquella que no produce para la elite, sino para satisfacer la demanda de una mayoría muy pobre. Es una industria artesana, atrasada, sin capital, con nula tecnología, con trabajadores con bajísima calificación y remuneraciones miserables, sin profesionales, sin una correcta administración financiera. Que de ninguna manera “se la podría” para enfrentar una demanda mayor. La otra, elitista, pudo modernizarse, bien o mal. Esta, la artesanal, se quedó estancada.

Estas características conformaban un mismo todo. Se retroalimentaban. Una distribución desigual del ingreso, propia de una economía dependiente y concentrada, alienta la producción monopólica, junto con la producción elitista. Una economía monopolica y elitista es regresiva, estimula la distribución anormal de los ingresos. Todo ello favorece, por su parte, la concentración del poder y la transformación del estado en un instrumento que sirve los intereses de los poderosos más que los de la ciudadanía (un poder que se vuelve esclavo de los intereses). Se produce, pues, una interrelación peligrosa entre poder económico y poder político. Pues es en esta última instancia (la política) donde se juega la posibilidad de mantener y profundizar las estructuras concentradas, dependientes y oligárquicas (o de terminar con eso, vía elecciones o vía revolución).

Pero puede haber una forma muy sencilla de terminar con este círculo vicioso. Las mentes políticas más críticas del momento, vislumbraron esa posibilidad, casi siempre dentro de una misma fórmula. ¿Cómo zafar a estas sociedades de su destino? La sociedad civil, organizada, puede hacer poco para cambiar una realidad estructural tan seria. Sólo es posible hacerlo desde el Estado, por el camino de la política. Tomarselo para, desde allí, modificar la estructura de propiedad que permite este sistema y para reformar al estado que es instrumento del sistema. Nacionalizar los recursos, acabar con toda forma de imperialismo o dependencia, transformar la gran propiedad ineficiente en empresas medianas modernas, transferir a los sectores marginales poder de consumo.... Si la clase política se pone firme con esto, si se crea un patrón de demanda distinto (si se da mayor acceso al consumo a las masas), surgirá una nueva empresa, moderna, se estimulará de esta manera la producción de los bienes básicos que consume la gran mayoría.

Se terminará, entonces, con el despilfarro de recursos (usados de manera ineficiente en la producción de bienes no esenciales). Y vendrá, quizás, el desarrollo. Por una razón fundamental: el factor fundamental del subdesarrollo, piensan estos teóricos, es el predominio de una elite corrupta, entregada al extranjero y una estructura de propiedad de los factores productivos que está enferma (la gran propiedad, la gran empresa ineficiente). Si se termina con eso, podrá darse todo lo otro. Para llegar a ese resultado es obligatorio un paso inicial. El estado no podrá actuar como factor de transformación, si es que antes la sociedad crítica no se toma ese estado: por la elección o la revolución.

El diagnóstico se concretizó en agendas políticas que hicieron historia estos años (el diagnóstico todavía se muestra vivo en proyectos como el de Chavez que miran el mundo contemporáneo desde dentro de los códigos interpretativos que dominaban entre los 50's y 70's). ¿Resultados? Las nacionalizaciones y reformas agrarias, que son el pan de cada día en el periódo, provocaron sin duda la modernización en varios países tercermundistas, pero no lograron generar dinámicas más prolongadas y estables de cambio que dieran asiento a formas reales de desarrollo.

¿Razones? ¿estará en el carácter concentrado, monopólico, dependiente y elitista de estas economías nacientes el fundamento para las limitaciones visibles que constatamos a diario? Los intelectuales tercermundista que dieron vida a estas teorías estaban convencido de ello. Tenían, como siempre, una parte de la razón. Pero no toda. Hay motivos para suponer que el tema es mucho más complicado.

Revisemos esos motivos en clase.

miércoles, abril 04, 2007

Primer, segundo y tercer mundo

La Segunda Guerra Mundial es un hecho capital del siglo XX. Luego de esta experiencia la historia se aceleró en distintas direcciones, demarcando con claridad la diferencia entre un antes y un después, acaso como no había sucedido nunca hasta entonces con ningún hecho anterior (salvo, quizás, con revolución bolchevique de 1917).

La principal consecuencia de este extraño acto de inmolación colectiva perpetrado por los europeos, fue un redefinición definitiva de las relaciones de poder en el mundo. Europa había sido el centro indiscutido de poder entre el siglo XVI y el siglo XIX. Luego de esta masacre, dejó de serlo, para siempre. El europeo perdió el comercio que mantenía con la parte oriental del continente, que había sido capturada por el ejército rojo. Se quedó, a su vez, sin las riquezas que les deparaba el control de las materias primas, luego del desmoronamiento de los grandes imperios coloniales (tema descrito en otro post). Luego de todo esto, adquirieron primacía las dos superpotencias, que se repartieron el mundo a pedacitos, dando inicio a esa etapa particular que conocemos como la ‘Guerra Fría’.

La particular forma en que el bloque capitalista y el socialista, liderados por Estados Unidos y la URRS, vivieron su rivalidad coloreó el paísaje político, social y cultural de todo el mundo. Se llamó a esto la “Guerra Fría”.

Se trató de un guerra muy particular, porque nunca llegó a comprometer, de manera directa, a los principales contendores. Las relaciones tuvieron momentos muy complicados al principio. Stalin y Roosevelt habían logrado negociar los puntos más críticos en los dos últimos años del conflicto. Las superpotencias se repartieron el mundo completo. Cada una se reservó una zona de influencia. Las fronteras fueron dibujadas a mano.

En los primeros años de funcionamiento de este nuevo sistema hubo muchos conflictos, centrados en Europa. Unión Soviética había pasado a su órbita buena parte de europa del este: Hungría, Bulgaria, Polonia, Checoeslovaquia, Rumania, Letonia, Lituania, y parte de Alemania. Las potencias habían negociado el reparto de Europa entre 1943 y 1945. Pudo resolverse todo bien, salvo el destino de Austria y Alemania. Lo de Austria se resolvió con el retiro de las fuerzas de ambos lados. El país fue transformado en una segunda Suiza. El caso Alemán fue más complejo. Se acordó que las fronteras fueran definidas de acuerdo a los territorios efectivamente dominados por las respectivas fuerzas de ocupación. Como Berlín, en territorio soviético, había sido ocupado por los aliados, hubo que aceptar una partición extraña.

Una vez superados los conflictos en Berlín, que estuvieron a punto de provocar un enfrentamiento directa, las ambiciones de las superpotencias tendieron a apaciguarse. ¿Quién se animaría a aceptar cargar con el peso de la destrucción definitiva de todo el planeta?. Lo concreto es que en la parte más caliente de la frontera que separaba a los dos bloques (Europa), las fronteras se estabilizaron muy pronto y se impuso una larga etapa de paz allí. Paz basada en el fantasma de la destrucción total: en una paz basada en una carrera armamentista (armas nucleares).

Luego de que se estabilizaron las fronteras en el primer mundo. Sucedió lo propio con el segundo mundo (europa oriental), luego de que Stalin aplicara mano dura allí. Su severidad aplastó cualquier posible conflicto. La paz llegó, pues, a martillazos.

Esta paz y estabilidad, esta etapa maravillosa en que los países del norte gozaron de más tranquilidad de la que tuvieran nunca en su historia, permitió que las economías se recuperaran a rapidez increible. Luego que empezaran a crecer sin detenerse. El norte del mundo, incluida la URRS, luego Japón y unas cuántas ex-colonias asiáticas (como Corea, francesa, o Hong Kong, inglesa) dieran un salto cualitativo, superando la segunda etapa de la revolución industrial, en que prendía la industria pesada, e ingresando en una tercera etapa de la revolución industrial, centrada en la tecnología. Occidente avanzaba materialmente a mil por hora, como no lo había hecho nunca, bien protegida por sus gendarmes, con su capacidad nuclear.... mientras eso sucedía, como vamos a ver las antiguas zonas coloniales, que son el motivo de esta clase, sufrían la desarticulación de sus sistemas políticos y productivos, y comenzaban a experimentar formas de pobreza desconocidas hasta entonces.

Esas dos partes del mundo en paz. Pero faltaba la tercera parte. Allí no hubo paz. Hablamos del “tercer mundo”, aquella porción política del planeta que se conformó a medida que avanzaron los procesos de descolonización. Allí, en la parte más nueva del mundo, conformada por infinidad de naciones recién aparecidas que apenas lograban afirmarse, no hubo prosperidad, ni estabilidad, ni orden, ni progreso en ninguna forma. Menos todavía paz. Zona jóven de hambre, de guerras camufladas entre las superpotencias, de revoluciones y de incesantes golpes de estado de militares.... nueva zona caliente, que este curso quiere conocer.