lunes, octubre 30, 2006

Ernesto Guevara y la Guerra de guerrillas

La revolución prende en Latinoamerica, Africa y Asia como no lo había hecho en ninguna parte, a contar de 1945. Pero no se trata aquí de un levantamiento de masas, bajo el liderazgo de una ‘vanguardia consciente’, como sucedió en la Rusia de los bolcheviques. Tampoco del resultado un poco forzado al que condujo, dos décadas después, la ocupación soviética de ciertos territorios de europa orienta. En nuestros barrios sureños la acción radical de los grupos contestatarios toma otro aspecto: la revolución se convierte en una 'guerra de guerrillas'.

Es un fenómeno es claramente tercermundista. En los 70’s se hizo un catastro de las mayores guerrillas operativas a contar de 1945. Se registró un total de 32. Todas ellas, salvo tres, se localizaron en el tercer mundo.

¿Son las guerrillas homologables a las revoluciones conocidas hasta entonces? Para nada. Los soldados de estos ejércitos irregulares no son campesinos hambrientos, ni trabajodores con consciencia de clase. Se trata casi de jóvenes de clase media, muchas veces con estudios universitarios, que se van a la sierra o a los muladares que rodean de miseria las ciudades y realizan allí acciones de tipo militares, con el propósito de dar inicio a una lucha más amplia contra los poderes establecidos.

Su objetivo no es botar regimenes capitalistas para instalar 'socialismos reales' (aunque a veces sí). Se trata, más bien, de luchar contra tiranías, del tipo que sea. Por ejemplo, las tiranías implacables de las potencias colonialistas que se resistieron hasta el final a a renunciar a sus intereses en Africa o Asia.

El teatro de operaciones de este enfrentamiento que siempre tiene algo de titánico (siempre se da en condiciones de desigualdad, entre unas minúsculas fuerzas irregulares contra un poderoso ejército nacional, a veces socorrido por los recursos de las grandes potencias), suele ser el mundo rural. Por razones tácticas. El guerrillero no puede triunfar en cualquier parte. Para que su movilización logre desencadenar una auténtica revolución debe instalarse sobre un terreno abonado, en países, en regiones que estén maduras para la revolución. Pues bien, en el campo (en los países tercermudistas) suelen darse condiciones muy favorables: allí las injusticias son extremas, hay factores étnicos detrás, hay explotación imperialista, hay aislamiento (es difícil llevar fuerzas regulares represivas a esos lugares apartados). En estos lugares 'calientes', teoriza Regis Debray (la mente que puso conceptos claros al tipo de acción espontánea que se propagó por el tercer mundo), basta colocar un pequeño grupo de de elite, bien armado y disciplinado, para afirmar el momento incial de la revolución, sumando lealtades campesinas, acumulando fuerza para la resistencia, para cuando lleguen los soldados....

El campo es la opción preferida por la guerrilla, pero no la única. Las guerrillas que hicieron historia en la etapa que estamos estudiando tuvieron asiento también en las barriadas populares de las grandes ciudades. Algunos autores llaman a estos inventos urbanos ‘guerrillas de gueto’: Sendero Luminoso en Lima, los Panteras Negras en los barrios negros de Estados Unidos, las guerrilas palestinas en los campos de refugiados, el IRA en el Ulster. El alimento de esta guerrilla de gueto, no son campesinos sin tierras, sino los niños que viven en la calle, minorías discriminadas, marginados.

La gracia de las guerrillas urbanas es que resulta mucho más fácil armarlas, porque no se necesita contar con el apoyo de las masas campesinas, tampoco con la asistencia de estructuras formales muy importantes. Basta con que la célula tenga un mínimo de simpatizantes, un mínimo de financiamiento, para poder emprender acciones muy efectivas, con mucha más publicidad de la que recibe el guerrillero que actúa perdido en medio de alguna cordillera recoleta. Bombas en lugar públicos, asesinatos muy sonados (como, por ejemplo, el del primer ministro Aldo Moro, cometido por las brigadas rojas en 1978).

Este tipo de guerrilla urbana, toma el aspecto del terrorismo, que nos resulta tan conocido hoy en día, gracias a Bush.

¿Qué resultados trajo la revolución que se viste guerrilla en el tercer mundo? Materia para discutir en clase. Un adelanto, para que entren bien el tema: las ideas que nos ofrece el modelo más paradigmático de este tipo de lucha contemporánea.

Me refiero a Ernesto Guevara, conocido como el “che”. El ícono del espíritu revolucionario que se dio en el tercer mundo, cuando todas las reservas de auténtico sentimiento de lucha ya se habían apagado en el ámbito normal de los socialismos reales, en la parte norte del planeta (en el primer y el segundo mundo).
Lean estas dos piezas breves. Una de 1959, en que nos explica qué es un guerrillero, y otra de 1960 donde analiza la importancia de la acción de los pequeños núcleos iniciales.

Podrán notar que el piso ideológico del "che" es muy distinto al de los revolucionarios que conocimos en el mundo europeo.



¿QUÉ ES UN "GUERRILLERO"?
Por Ernesto Guevara
(1959)

Quizá no haya país en el mundo en que la palabra "guerrillero" no sea simbólica de una aspiración libertaria para el pueblo. Solamente en Cuba esta palabra tiene un significado repulsivo. Esta Revolución, libertadora, en todos sus extremos, sale también a dignificar esa palabra. Todos saben que fueron guerrilleros aquellos simpatizantes del régimen de esclavización española que tomaron las armas para defender en forma irregular la corona del rey de España; a partir de ese momento, el nombre queda como símbolo, en Cuba, de todo lo malo, lo retrógrado, lo podrido del país. Sin embargo, el guerrillero es, no eso, sino todo lo contrario; es el combatiente de la libertad por excelencia; es el elegido del pueblo, la vanguardia combatiente del mismo en su lucha por la liberación. Porque la guerra de guerrillas no es como se piensa, una guerra minúscula, una guerra de un grupo minoritario contra un ejército poderoso, no; la guerra de guerrillas es la guerra del pueblo entero contra la opresión dominante. El guerrillero es su vanguardia armada; el ejército lo constituyen todos los habitantes de una región o de un país. Esa es la razón de su fuerza, de su triunfo, a la larga o a la corta, sobre cualquier poder que trate de oprimirlo; es decir, la base y el substratum de la guerrilla está en el pueblo.

No se puede concebir que pequeños grupos armados, por más movilidad y conocimiento del terreno que tengan, puedan sobrevivir a la persecución organizada de un ejército bien pertrechado sin ese auxiliar poderoso. La prueba está en que todos los bandidos, todas las gavillas de bandoleros, acaban por ser derrotados por el poder central, y recuérdese que muchas veces estos bandoleros representan, para los habitantes de la región, algo más que eso, representan también aunque sea la caricatura de una lucha por la libertad.

El ejército guerrillero, ejército popular por excelencia, debe tener en cuanto a su composición individual las mejores virtudes del mejor soldado del mundo. Debe basarse en una disciplina estricta. El hecho de que las formalidades de la vida militar no se adapten a la guerrillera, que no haya taconeo ni saludo rígido, ni explicación sumisa ante el superior, no demuestran de manera alguna que no haya disciplina. La disciplina guerrillera es interior, nace del convencimiento profundo del individuo, de esa necesidad de obedecer al superior, no solamente para mantener la efectividad del organismo armado que está integrado, sino también para defender la propia vida. Cualquier pequeño descuido en un soldado de un ejército regular es controlado por el compañero más cercano. En la guerra de guerrillas, donde cada soldado es unidad y es un grupo, un error es fatal. Nadie puede descuidarse. Nadie puede cometer el más mínimo desliz, pues su vida y la de los compañeros le va en ello.

Esta disciplina informal, muchas veces no se ve. Para la gente poco informada, parece mucho más disciplinado el soldado regular con todo su andamiaje de reconocimientos de las jerarquías que el respeto simple y emocionado con que cualquier guerrillero sigue las instrucciones de su jefe. Sin embargo, el ejército de liberación fue un ejército puro donde ni las más comunes tentaciones del hombre tuvieron cabida; y no había aparato represivo, no había servicio de inteligencia que controlara al individuo frente a la tentación. Era su autocontrol el que actuaba. Era su rígida conciencia del deber y de la disciplina.

El guerrillero es, además de un soldado disciplinado, un soldado muy ágil, física y mentalmente. No puede concebirse una guerra de guerrillas estática. Todo es nocturnidad. Amparados en el conocimiento del terreno, los guerrilleros caminan de noche, se sitúan en la posición, atacan al enemigo y se retiran. No quiere decir esto que la retirada sea muy lejana al teatro de operaciones; simplemente tiene que ser muy rápida del teatro de operaciones.

El enemigo concentrará inmediatamente sobre el punto atacado todas sus unidades represivas. Irá la aviación a bombardear, irán las unidades tácticas a cercarlos, irán los soldados decididos a tornar una posición ilusoria.

El guerrillero necesita sólo presentar un frente al enemigo. Con retirarse algo, esperarlo, dar un nuevo combate, volver a retirarse, ha cumplido su misión específica. Así el ejército puede estar desangrándose durante horas o durante días. El guerrero popular, desde sus lugares de acecho, atacará en momento oportuno.

Hay otros profundos axiomas en la táctica de guerrillas. El conocimiento del terreno debe ser absoluto. El guerrillero no puede desconocer el lugar donde va a atacar, pero además debe conocer todos los trillos de retirada así como todos los caminos de acceso o los que están cerrados. Las casas amigas, y enemigas, los lugares más protegidos, aquellos donde se puede dejar un herido, aquellos otros donde se puede establecer un campamento provisional, en fin, conocer como la palma de la mano el teatro de operaciones. Y eso se hace y se logra porque el pueblo, el gran núcleo del ejército guerrillero, está detrás de cada acción. Los habitantes de un lugar son acémilas, informantes, enfermeros, proveedores de combatientes, en fin, constituyen los accesorios importantísimos de su vanguardia armada.

Pero frente a todas estas cosas; frente a este cúmulo de necesidades tácticas del guerrillero, habría que preguntarse: "¿por qué lucha?", y, entonces surge la gran afirmación: "El guerrillero es un reformador social. El guerrillero empuña las armas como protesta airada del pueblo contra sus opresores, y lucha por cambiar el régimen social que mantiene a todos sus hermanos desarmados en el oprobio y la miseria. Se ejercita contra las condiciones especiales de la institucionalidad de un momento dado y se dedica a romper con todo el vigor que las circunstancias permitan, los moldes de esa institucionalidad".

Veamos algo importante: ¿qué es lo que el guerrillero necesita tácticamente? Habíamos dicho, conocimiento del terreno con sus trillos de acceso y escape, velocidad de maniobra, apoyo del pueblo, lugares donde esconderse, naturalmente. Todo eso indica que el guerrillero ejercerá su acción en lugares agrestes y poco poblados. Y, en los lugares agrestes y poco poblados, la lucha del pueblo por sus reivindicaciones se sitúa preferentemente y hasta casi exclusivamente en el plano del cambio de la composición social de la tenencia de la tierra, es decir, el guerrillero es, fundamentalmente y antes que nada, un revolucionario agrario.

Interpreta los deseos de la gran masa campesina de ser dueña, de la tierra, dueña de los medios de producción, de sus animales, de todo aquello por lo que ha luchado durante años, de lo que constituye su vida y constituirá también su cementerio.

Por eso, en este momento especial de Cuba, los miembros del nuevo ejército que nace al triunfo desde las montañas de Oriente y del Escambray, de los llanos de Oriente y de los llanos de Camagüey, de toda Cuba, traen, como bandera de combate, la Reforma Agraria.

Es una lucha quizás tan larga como el establecimiento de la propiedad individual. Lucha que los campesinos han llevado con mejor o peor éxito a través de las épocas, pero que siempre ha tenido calor popular. Esta lucha no es patrimonio de la Revolución. La Revolución ha recogido esa bandera entre las masas populares y la ha hecho suya ahora. Pero antes, desde mucho tiempo; desde que se alzaran los vegueros de La Habana; desde que los negros trataran de conseguir su derecho a la tierra en la gran guerra de liberación de los 30 años; desde que los campesinos tomaran revolucionariamente el Realengo 18, la tierra ha sido centro de la batalla por la adquisición de un mejor modo de vida.

Esta Reforma Agraria que hoy se está haciendo, que empezó tímida en la Sierra Maestra, que se trasladó al Segundo Frente Oriental y al macizo del Escambray, que fue olvidada algún tiempo en las gavetas ministeriales y resurgió pujante con la decisión definitiva de Fidel Castro es, conviene repetirlo una vez más, quien dará la definición histórica del "26 de julio".

Este Movimiento no inventó la Reforma Agraria. La llevará a cabo. La llevará a cabo íntegramente hasta que no quede campesino sin tierra, ni tierra sin trabajar. En ese momento, quizás, el mismo Movimiento haya dejado de tener el por qué de existir, pero habrá cumplido su misión histórica. Nuestra tarea es llegar a ese punto, el futuro dirá si hay más trabajo a realizar. Guerra y población campesina

El vivir continuado en estado de guerra crea en la conciencia del pueblo una actitud mental para adaptarse a ese fenómeno nuevo. Es un largo y doloroso proceso de adaptación del individuo para poder resistir la amarga experiencia que amenaza su tranquilidad. La Sierra Maestra y otras nuevas zonas liberadas han debido pasar también por esta amarga experiencia.

La situación campesina en las zonas agrestes de la serranía era sencillamente espantosa. El colono, venido de lejanas regiones con afanes de liberación, había doblado las espaldas sobre las tumbas nuevas que arrancaba su sustento, con mil sacrificios, había hecho nacer las matas de café de las lomas empinadas donde es un sacrificio el tránsito a lo nuevo; todo con su sudor individual respondiendo al afán secular del hombre por ser dueño de su pedazo de tierra; trabajando con amor infinito ese risco hostil al que trataba como una parte de sí mismo. De pronto, cuando las matas de café empezaban a florearse con el grano que era su esperanza, aparecía un nuevo dueño de esas tierras. Era una compañía extranjera; un geófago local o algún aprovechado especulador inventaba la deuda necesaria. Los caciques políticos, los jefes de puesto trabajaban como empleados de la compañía o el geófago apresando o asesinando cualquier campesino demasiado rebelde a las arbitrariedades. Ese panorama de derrota y desolación fue el que encontramos para unirlo a la derrota, producto de nuestra inexperiencia, en la Alegría de Pío (nuestro único revés en esta larga campaña, nuestra cruenta lección de lucha guerrillera). El campesinado vio en aquellos hombres macilentos cuya barba, ahora legendaria, empezaba a aflorar, un compañero de infortunio, un nuevo golpeado por las fuerzas represivas, y nos dio su ayuda espontánea y desinteresada, sin esperar nada de los vencidos.

Pasaron los días y nuestra pequeña tropa de ya aguerridos soldados mantuvo los triunfos de La Plata y Palma Mocha. El régimen reaccionó con toda su brutalidad y el asesinato campesino se hizo en masa. El terror se desató sobre los valles agrestes de la Sierra Maestra y los campesinos retrajeron su ayuda; una barrera de mutua desconfianza asomaba entre ellos y los guerrilleros; aquéllos por el miedo a la represalia, éstos por temor al chivatazo de los timoratos. Nuestra política, no obstante, fue justa y comprensiva y la población guajira inició su viraje de retorno a nuestra causa.

La dictadura, en su desesperación y en su crimen, ordenó la reconcentración de las miles de familias guajiras de la Sierra Maestra a las ciudades. Los hombres más fuertes y decididos, casi todos los jóvenes, prefirieron la libertad y la guerra a la esclavitud y la ciudad. Largas caravanas de mujeres, niños y ancianos peregrinaron por los caminos serpenteantes donde habían nacido, bajaron al llano y fueron arrinconados en las afueras de las ciudades. Por segunda vez Cuba vivía la página más criminal de su historia: la reconcentración. Primero lo ordenó Weyler, el sanguinario espadón de la España colonial; ahora lo mandaba Fulgencio Batista, el peor de los traidores y de los asesinos que ha conocido América. El hambre, la miseria, las enfermedades, las epidemias y la muerte, diezmaron a los campesinos reconcentrados por la tiranía; allí murieron niños por falta de atención médica y de alimentación, cuando a unos pasos de ellos estaban los recursos que pudieron salvar sus vidas. La protesta indignada del pueblo cubano, el escándalo internacional y la impotencia de la dictadura en derrotar a los rebeldes, obligaron al tirano a suspender la reconcentración de las familias campesinas de la Sierra Maestra. Y otra vez volvieron a las tierras donde habían nacido, miserables, enfermos y diezmados, los campesinos de la Sierra. Si antes habían sufrido los bombardeos de la dictadura, la quema de su bohío y el asesinato en masa, ahora habían conocido la inhumanidad y barbarie de un régimen que los trató peor que la España colonial a los cubanos de la guerra independentista. Batista había superado a Weyler.

Los campesinos volvieron con una decisión inquebrantable de luchar hasta vencer o morir, rebeldes hasta la muerte o la libertad.

Nuestra pequeña guerrilla de extracción ciudadana empezó a colorearse de sombreros de yarey; el pueblo perdía el miedo, se decidía a la lucha, tomaba decididamente el camino de su redención. En este cambio coincidía nuestra política hacia el campesinado y nuestros triunfos militares que nos mostraba ya como una fuerza imbatible en la Sierra Maestra.

Puestos en la disyuntiva, todos los campesinos eligieron el camino de la Revolución. El cambio de carácter de que hablábamos antes se mostraba ahora en toda su plenitud: la guerra era un hecho, doloroso sí, pero transitorio; la guerra era un estado definitivo dentro del cual el individuo debía adaptarse para subsistir. Cuando la población campesina lo comprendió, inició las tareas para afrontar las circunstancias adversas que se presentarían.

Los campesinos volvieron a sus conucos abandonados, suspendieron el sacrificio de sus animales guardándolos para épocas peores y se adaptaron también a los ametrallamientos salvajes, creando cada familia su propio refugio individual. Se habituaron también a las periódicas fugas de las zonas de guerra, con familias, ganado y enseres, dejando al enemigo sólo el bohío para que cebaran su odio convirtiéndolo en cenizas. Se habituaron a la reconstrucción sobre las ruinas humeantes de su antigua vivienda, sin quejas, sólo con odio concentrado y voluntad de vencer.

Cuando se inició el reparto de reses para luchar contra el cerco alimenticio de la dictadura, cuidaron sus animales con amorosa solicitud y trabajaron en grupos, estableciendo de hecho cooperativas para trasladar el ganado a lugar seguro, donando también sus potreros, y sus animales de carga al esfuerzo común. En un nuevo milagro de la Revolución, el individualista acérrimo que cuidaba celosamente los límites de su propiedad y de su derecho propio, se unía, por imposición de la guerra, al gran esfuerzo común de la lucha. Pero hay un milagro más grande. Es el reencuentro del campesino cubano con su alegría habitual, dentro de las zonas liberadas. Quien ha sido testigo de los apocados cuchicheos con que nuestras fuerzas eran recibidas en cada casa campesina, nota con orgullo el clamor despreocupado, la carcajada alegre del nuevo habitante de la Sierra. Ese es el reflejo de la seguridad en sí mismo que la conciencia de su propia fuerza ha dado a los habitantes de nuestra porción liberada. Esa es nuestra tarea futura: hacer retornar al pueblo de Cuba el concepto de su propia fuerza, de la seguridad absoluta en que sus derechos individuales, respaldados por la Constitución, son su mayor tesoro. Más aún que el vuelo de las campanas, anunciará la liberación el retorno de la antigua carcajada alegre, de despreocupada seguridad que hoy ha perdido el pueblo cubano.



LA GUERRA DE GUERRILLAS: ORGANIZACIÓN EN LA CLANDESTINIDAD DE LA PRIMERA GUERRILLA
Por Ernesto Guevara (1960)

Aunque la guerra de guerrillas cumple una serie de leyes derivadas de las generales de la guerra y, además, las propias de su tipo, es obvio que debe iniciarse con una tarea conspirativa alejada de la acción del pueblo y reducida a un pequeño núcleo de iniciados, si realmente se pretende empezar esta guerra desde algún otro país o desde regiones distintas y lejanas dentro del mismo país. Si el movimiento guerrillero nace por la acción espontánea de un grupo de individuos que reaccionan contra un método de coerción cualquiera, es posible que no se necesite otra condición que la organización posterior de ese núcleo guerrillero para impedir su aniquilamiento, pero en general, una lucha de guerrilla se inicia por una voluntad ya elaborada; algún jefe de prestigio la levanta para la salvación de su pueblo, y este hombre debe trabajar en condiciones difíciles en algún otro país extranjero.

Casi todos los movimientos populares que se han intentado en los últimos tiempos contra los dictadores, han adolecido de la misma falla fundamental de una inadecuada preparación; es que las reglas conspirativas, que exigen un trabajo sumamente secreto y delicado, no se cumplen por lo general en estos casos que hemos citado; lo más frecuente es que el poder gobernante en el país sepa ya de las intenciones del grupo o grupos, por su servicio secreto o por imprudencia manifiesta o en otros casos, por manifestaciones directas como ocurrió en el nuestro, en que la invasión estaba anunciada y sintetizada en la frase: “en el año 56 seremos libres o seremos mártires”, de Fidel Castro.

Esto indica que la primera base sobre la que debe establecerse el movimiento, es sobre un secreto absoluto, sobre la total ausencia de informaciones para el enemigo y la segunda, también muy importante, es la selección del material humano; a veces esta selección se realiza fácilmente, otras es extremadamente difícil hacerlo, puesto que hay que contar con los elementos que haya a mano, exilados por muchos años, o que se presentan al hacerse llamamientos o simplemente porque entienden que es su deber enrolarse en la lucha por liberar a su patria, y no hay las bases necesarias para hacer una investigación completa sobre el individuo. No obstante todo ello, aun cuando se introdujeran elementos del régimen enemigo, es imperdonable que puedan dar posteriormente sus informaciones, puesto que en los momentos previos a la acción deben concentrarse en lugares secretos conocidos por una o dos personas solamente, todos los que van a participar en la misma, estrechamente vigilados por sus jefes y sin el más mínimo contacto con el mundo circundante. Mientras se hacen los preparativos de concentración para salir ya o porque hay que hacer un entrenamiento previo o simplemente huir de la policía, hay que mantener siempre a todos los elementos nuevos y sobre los que no se tiene un cabal conocimiento, alejados de los lugares claves.

Nadie, absolutamente nadie, debe saber, en condiciones de clandestinidad, sino lo estrictamente indispensable y nunca se debe hablar delante de nadie. Cuando ya se hayan realizado ciertos tipos de concentración, es imprescindible controlar hasta las cartas que salen y llegan, de modo de tener un conocimiento total de los contactos que el individuo haga; no se debe permitir que nadie viva solo, ni siquiera que salga solo, deben evitarse por todos los medios los contactos personales, de cualquier índole, del futuro miembro del Ejército Libertador. Un factor sobre el que hay que poner énfasis, que suele ser aquí tan negativo, como positivo su papel en la lucha, es la mujer; se conoce la debilidad que tienen los hombres jóvenes, alejados de sus medios habituales de vida, en situaciones incluso psíquicas especiales, por la mujer, y como los dictadores conocen bien esta debilidad, a ese nivel tratan de infiltrar sus espías. A veces son claros y casi descarados los nexos de estas mujeres con sus superiores, otros es sumamente difícil descubrir siquiera el más mínimo contacto, por ello también es necesario impedir las relaciones con mujeres.

El revolucionario que está en la situación clandestina preparándose para una guerra, debe ser un perfecto asceta y además sirve esto para probar una de las cualidades que posteriormente será la base de la autoridad, como es la disciplina. Si un individuo reiteradamente burla las órdenes de sus superiores y hace contactos con mujeres, contrae amistades no permitidas, debe separársele inmediatamente, no ya contando los peligros potenciales de contactos, sino simplemente por violación de la disciplina revolucionaria.

No se debe pensar nunca en el auxilio incondicional de un gobierno como base para operar en territorio de ese gobierno, amigo o simplemente negligente; constantemente hay que tratar la situación como si se estuviera en un campo completamente enemigo, salvo las naturales excepciones que puedan haber en este campo pero, más que nada confirmatorias de la regla general.

No se puede hablar aquí del número de la gente que se va a preparar. Depende eso de tantas y tan variadas condiciones que es prácticamente imposible hacerlo; solamente se puede hablar del número mínimo con que se puede iniciar una guerra de guerrillas. En mi concepto, considerando las naturales deserciones y flaquezas, a pesar del rigurosísimo proceso de selección, debe contarse con una base de 30 a 50 hombres; esta cifra es suficiente para iniciar una lucha armada en cualquier país del mundo americano con las situaciones de buen territorio para operar, hambre de tierra, ataques reiterados a la justicia.

Las armas, ya se ha dicho, deben ser del tipo que usa el enemigo. Como medida aproximada, considerando siempre en principio todo gobierno como hostil a una acción guerrera emprendida desde su territorio, los núcleos que se preparan no deben ser superiores a los 50 ó 100 hombres por unidad; es decir, no hay ninguna oposición a que sean 500 hombres que van a iniciar una guerra, por ejemplo, pero no deben estar los 500 concentrados. Primero porque son muchos y llaman la atención y luego, porque en caso de cualquier traición, de cualquier interferencia, de cualquier confidencia, cae todo el grupo; en cambio, es mucho más difícil ocupar simultáneamente varios lugares.

La casa central de reunión puede ser más o menos conocida y allí irán los exilados a dar reuniones de todo tipo, pero, los jefes no deben presentarse sino muy esporádicamente y no debe existir allí ningún documento comprometedor; la mayor cantidad de casas y lo más discretas posible deben tener los jefes. Los depósitos de armas absolutamente secretos con el conocimiento de sólo una o dos personas, y también distribuidos en varias partes, si es posible.

El armamento siempre debe ser trasladado a las manos de quienes lo van a usar en los minutos en que ya se esté frente a la iniciación de la guerra, también para evitar que cualquier acción punitiva contra los que se están entrenando traiga aparejada no sólo la prisión de éstos, sino la pérdida de todas las armas, que son muy difíciles de conseguir y con un gasto que no están en disponibilidad de hacer las fuerzas populares.

Otro factor al que hay que dar la importancia que se merece es la preparación de las fuerzas para la lucha durísima que ha de seguir, fuerzas que deben tener una disciplina estricta, una alta moral, y una cabal comprensión de la tarea a realizar, sin baladronadas, sin espejismos, sin falsas esperanzas de triunfo fácil; la lucha será áspera y larga, se sufrirán reveses, podrán estar al borde del aniquilamiento y sólo su alta moral, su disciplina, su fe final en el triunfo y las condiciones excepcionales de un líder, podrán salvarlo. Esa es nuestra experiencia cubana, donde, una vez, doce hombres pudieron crear el núcleo del ejército que se formó, porque se cumplían todas estas condiciones y porque quien los dirigía se llamaba Fidel Castro.

Además de los preparativos ideológicos y morales, es necesario un preparativo minucioso de tipo físico; evidentemente, las guerrillas elegirán una zona montañosa o muy agreste para operar; de todas maneras, en cualquier situación que se encuentren, la base del ejército guerrillero es la marcha y no podrá haber lentos ni cansados; la preparación eficiente se entiende pues, como marchas agotadoras de día y de noche, uno y otro día, aumentándolas paulatinamente y llevándolas siempre al borde de la extenuación, creando también emulación para la velocidad; velocidad y resistencia, serán las bases del primer núcleo guerrillero; además se puede dar una serie de conocimientos teóricos como orientación, lecturas de mapas, formas de sabotajes y si es posible, con fusil de guerra, muchos disparos, sobre todo a blancos a distancia y mucha instrucción sobre las formas de utilizar las balas.

El guerrillero debe ir teniendo por delante, como premisa casi religiosa, el ahorro del parque, el aprovechamiento hasta la última bala; si se cumplen todas las advertencias dadas, es muy fácil que lleguen estas fuerzas guerrilleras a su punto de destino.


Defensa del poder conquistado

Naturalmente, no hay victoria definitivamente obtenida si no se procede a la ruptura sistemática y total del ejército que sostenía al régimen antiguo. Más aún, se debe ir a la ruptura sistemática de toda la institucionalidad que amparaba al antiguo régimen, sólo que esto es un manual de guerrillas y nos concretaremos entonces a analizar la tarea de la defensa nacional en caso de guerra, en caso de agresión contra el nuevo poder.

El primer acontecimiento con que nos encontraremos es que la opinión pública mundial, "la prensa seria", las "veraces" agencias de noticias de los Estados Unidos y de otras patrias del monopolio, comenzarán un ataque contra el país liberado, que será tan agresivo y sistemático como agresivas y sistemáticas sean sus leyes de reivindicación popular. Es por esto que no puede existir ni siquiera el esquema del antiguo ejército y tampoco los hombres que lo integraban. El militarismo, la obediencia mecánica, los conceptos del deber militar a la antigua, de la disciplina y de la moral a la antigua, no pueden ser desarraigados de golpe, menos aún, permanecer en estado de convivencia los triunfadores, aguerridos, nobles, bondadosos, pero casi siempre sin la mínima cultura general y el derrotado, orgulloso de su saber militar, especializado en alguna arma de combate por ejemplo, o con conocimientos de matemáticas, de fortificaciones, de logística, odiando con todas sus fuerzas al guerrillero inculto.

Naturalmente, se dan los casos individuales de los militares que rompen con todo ese pasado y entran en la nueva organización con un espíritu de absoluta cooperación. Cuando esto sucede, doblemente útiles son los mismos, por el hecho de que aúnan a su amor por la causa del pueblo los conocimientos necesarios para llevar adelante la estructuración del nuevo ejército popular. Y una cosa debe ser consecuencia de la otra, es decir, a la ruptura del ejército antiguo, a su desmembramiento como institución, conseguida por la toma de todas las posiciones por el nuevo ejército, debe suceder inmediatamente una organización del nuevo. Vale decir, su vieja constitución de guerrilla, individualizada, caudillista en cierto sentido, sin ninguna planificación, podrá ser cambiada pero, y eso es muy importante recalcarlo, debe estructurarse a partir de los conceptos operacionales de la guerrilla, dándole al ejército popular su formación orgánica, es decir, haciéndole a la medida del ejército guerrillero la ropa que necesita para estar cómodo. No se debe cometer el error en que caímos nosotros en los primeros meses, de pretender meter en los viejos ropajes de la disciplina militar y de la organización antigua al nuevo ejército popular. Esto puede llevar a desajustes muy grandes que conducen a una falta total de organización.

Ya en estos momentos debe iniciarse la preparación para la nueva guerra defensiva que tuviera que desarrollar el ejército del pueblo, acostumbrado a la independencia de mando dentro de un criterio único, con mucha dinámica en el manejo de cada grupo armado. Dos problemas inmediatos tendrá este ejército: uno de ellos será que, en la oleada de la victoria, se incorporarán, muy probablemente, miles de revolucionarios de última hora, buenos o malos, a los cuales hay que hacer pasar por los rigores de la vida guerrillera y por cursos acelerados e intensivos de adoctrinamiento revolucionario. El adoctrinamiento revolucionario que dé la necesaria unidad ideológica al ejército del pueblo, es la base de la seguridad nacional a largo, y aun a corto plazo. El otro problema es la dificultad para adaptarse a las nuevas modalidades organizativas.

Debe estructurarse inmediatamente un cuerpo que se encargue de sembrar entre todas las unidades del ejército las nuevas verdades de la revolución. Ir explicando a los soldados, campesinos u obreros salidos de las entrañas del pueblo, la justicia y la verdad de cada hecho revolucionario, cuáles son las aspiraciones de la revolución, por qué se lucha, por qué han muerto todos los compañeros que no alcanzaron a ver la victoria. Y, unido a este adoctrinamiento intensivo, deben darse también acelerados cursos de enseñanza primaria que permitan, al principio, superar el analfabetismo, para ir gradualmente superando al Ejército Revolucionario hasta convertirlo en un instrumento de alta base técnica, sólida estructura ideológica y magnífico poder combatiente. El tiempo irá dando estas tres cualidades. Podrá después ir perfeccionándose el aparato militar para que los antiguos combatientes, pasando por cursos especiales, se dediquen a ser militares profesionales y se vayan dando cursos anuales de enseñanza al pueblo, en forma de conscripción obligatoria o voluntaria. Esto depende ya de características nacionales y no se puede sentar pautas.

En este punto, y de aquí hacía adelante, todo lo que se diga es la opinión de la dirección del Ejército Rebelde con respecto a la política a seguir en el caso cubano, para el hecho concreto de una amenaza de invasión extranjera, colocados en el mundo actual, fines del cincuenta y nueve o principios del sesenta, y con el enemigo a la vista, analizado, avaluado y esperado sin temores, es decir, no teorizamos sobre lo ya hecho para conocimiento de todos, sino que teorizamos sobre lo hecho por otros para aplicarlo nosotros mismos a nuestra defensa nacional.

jueves, octubre 19, 2006

Entrevista a Stalin (1934)

En 1934 el escritor inglés H. G. Wells tuvo ocasión de mantener un largo diálogo con Stalin, que está reproducido en este 'post'. Wells había sostenido, recientemente, un encuentro similar con el presidente Roosvelt, que lo había motivado a interrogarse acerca de la naturaleza del proyecto socialista soviético.
¿Qué era lo que habían levantado los bolcheviques? Un modelo político ultracentralizado que ponía en ejercicio una economía dirigida. Pues bien, si el socialismo se había concretizado en ese resultado, cabía plantearse una pregunta obvia: ¿hay diferencias de alguna índole importante entre una economía dirigida de tipo capitalista y una socialista? ¿no son las economías planificadas muy similares en el fondo, sean del tipo que sean? ¿no es posible, por lo mismo, que capitalismo y socialismo puedan encontrarse en algún punto intermedio, en el presente o acaso en el futuro?

Wells: Le estoy muy agradecido, Sr. Stalin, por darme la oportunidad de conversar con Ud. Hace poco estuve en los Estados Unidos. Tuve una larga entrevista con el presidente Roosevelt, y en ella traté de averiguar por cuáles ideas se deja guiar él. Ahora vengo con Ud. para preguntarle qué hace para cambiar el mundo.

Stalin: No tanto.

Wells: Viajo por el mundo como hombre sencillo, y como hombre sencillo observo lo que sucede a mi alrededor.

Stalin: Hombres de la vida pública de su importancia, no son "gente sencilla". Naturalmente, sólo la historia pronuncia el juicio definitivo acerca de la importancia que tal o cual hombre haya tenido efectivamente; pero en todo caso, Ud. no contempla el mundo con los ojos del "hombre sencillo".

Wells: No finjo modestia. Lo que quiero decir es que trato de ver el mundo con los ojos del hombre sencillo, y no con los de un político de partido o de un alto funcionario de administración. Mi visita a los Estado Unidos me ha dado más de un estímulo para nuevas reflexiones. El viejo mundo financiero allí se está derrumbando; la vida económica del país va siendo reorganizada según nuevos principios. Lenin dijo: "Debemos aprender a manejar nuestros asuntos, debemos aprender de los capitalistas". Hoy, los capitalistas deben aprender de ustedes, y asimilar el espíritu del socialismo. Me parece que los Estados Unidos se encuentran en un profundo proceso de reorganización, está naciendo una economía planificada, una economía socialista. Ud. y Roosevelt parten de posiciones diferentes. ¿Pero acaso no existen, a pesar de eso, puntos de contacto entre lo que se piensa en Washington y lo que se piensa en Moscú? ¿No existe un cierto parentesco entre las respectivas ideas y necesidades? Las mismas cosas me llamaron la atención en Washington como ahora aquí: se constituyen oficinas, se crea una serie de nuevos órganos reguladores del Estado, se organiza el servicio estatal que hace tiempo hacía falta. Lo que se necesita allí como aquí es la posibilidad de intervenir con medidas directivas.

Stalin: Los Estados Unidos persiguen un fin diferente al nuestro en la URSS. El fin que persiguen los Estados Unidos se ha dado como resultado de los problemas económicos, de la crisis económica. Los americanos quieren encontrar una salida a la crisis, con medidas del capitalismo privado, sin cambiar la base económica. Intentan limitar a un mínimo el daño las pérdidas que resultan del sistema económico actual. Con nosotros, en cambio, la vieja base económica ha sido, como Ud. sabe, destruida, y en su lugar fue creada una base económica nueva, completamente diferente. Aunque los americanos, a los que alude, alcanzaran su meta en parte, es decir, si lograsen limitar las pérdidas a un mínimo, no eliminarían las raíces de la anarquía inherente al sistema capitalista. Protegen el sistema económico que origina, forzosa e inevitablemente, anarquía de la producción. Para ellos no se trata, por lo tanto, de una reorganización de la sociedad, de abolir el viejo sistema social, del cual nacen la anarquía y las crisis, sino, a lo sumo, de restringir determinadas desventajas, de restringir determinados abusos. Subjetivamente, los americanos tal vez tengan la opinión de estar reorganizando la sociedad; pero objetivamente protegen la base actual de la sociedad. Por eso, objetivamente, no habrá ninguna reorganización de la sociedad. Y tampoco una economía planificada. ¿Qué es la economía planificada? ¡Veamos algunas de sus cualidades! La economía planificada tiene como meta abolir la desocupación. Supongamos que manteniendo el sistema capitalista fuese posible limitar la desocupación a un cierto mínimo. Con seguridad ningún capitalista aprobaría la eliminación total de la desocupación, la abolición del ejército de reserva de desocupados que está destinado a ejercer presión sobre el mercado de trabajo, y constituye una garantía de mano de obra barata. Ahí tiene Ud. una de las contradicciones de la "economía planificada" de la sociedad burguesa. ¡Sigamos! Economía planificada significa impulsar la producción en aquellas ramas industriales cuyos bienes son de especial importancia para la masa del pueblo. Pero Ud. sabe que en el capitalismo la ampliación de la producción se lleva a cabo de acuerdo a reglas totalmente diferentes, que el capital afluye a aquellos sectores económicos en los que el pago de utilidades sea mayor. Nunca podrá Ud. inducir a un capitalista a que se inflinja pérdidas a sí mismo, y a que se contente con un pago de utilidades más bajo, para satisfacer las necesidades del pueblo. Sin que desaparezcan los capitalistas, sin que sea abolido el principio de la propiedad privada de los medios de producción, es imposible edificar una economía planificada.

Wells: Estoy de acuerdo con Ud. en muchos sentidos. Pero quisiera realzar, que, al decidirse un país entero por el principio de la economía planificada, al comenzar el gobierno lentamente, paso a paso, a imponer ese principio consecuentemente, al final habrá desaparecido la oligarquía financiera, y se habrá alcanzado el socialismo, en el sentido anglosajón de la palabra. El efecto que parte de las ideas "New-Deal" de Roosevelt es extraordinariamente fuerte para mí, esas ideas son socialistas. Me parece que en vez de acentuar el contraste entre ambos mundos, deberíamos aspirar a encontrar un lenguaje común para todas las fuerzas constructivas.

Stalin: Al hablar de la imposibilidad de realizar los principios de la economía planificada, manteniendo al mismo tiempo la base económica del capitalismo, no quiero, en lo más mínimo, rebajar las excepcionales facultades personales de Roosevelt, su iniciativa, su valor y su fuerza de decisión. Indudablemente, Roosevelt es, entre todos los líderes del mundo capitalista de hoy, uno de los personajes más vigorosos y sobresalientes. Por eso quisiera volver a acentuar una vez más, que mi convicción acerca de la imposibilidad de la economía planificada bajo condiciones capitalistas no significa que ponga en duda las facultades personales, el talento y el valor del presidente Roosevelt. Pero si las circunstancias no lo permiten, el líder más dotado de clarividencia no puede alcanzar el objetivo del cual Ud. habla. En un sentido puramente teórico, por supuesto, no queda excluida la posibilidad de acercarse, bajo las condiciones del capitalismo, paulatina y gradualmente a la meta que Ud. llama "socialismo en el sentido anglosajón de la palabra". Pero ¿qué clase de socialismo será ese? A lo sumo refrenaría a los representantes individuales más desvergonzados del capital y aplicaría el principio de la intervención en la economía nacional en un campo algo más amplio. Todo muy bien. Pero tan pronto Roosevelt o cualquier otro líder del mundo burgués de hoy quiera is más allá, y quiera seriamente atacar las bases del capitalismo, irremediablemente sufrirá un fracaso rotundo. Los bancos, la industria, las grandes empresas, las grandes granjas agrícolas no le pertenecen a Roosevelt. Sin excepción son propiedad privada. El ferrocarril, la flota mercante, todo esto está en manos de propietarios privados. Y, finalmente, aún el ejército de obreros calificados, de ingenieros, de técnicos no está bajo el mando de Roosevelt, sino bajo el mando de propietarios privados: toda esta gente, sin excepción, trabaja para propietarios privados. Tampoco nos debemos olvidar de la función del Estado en el mundo burgués. El Estado es una institución que organiza la defensa del país y mantiene el "orden"; es una máquina para la recaudación de impuestos. El Estado capitalista no tiene mucho que ver con la economía en el sentido propio de la palabra; ésta no se encuentra en manos del Estado. Al contrario, el Estado está en manos de la economía capitalista. Justamente por eso, Roosevelt, a pesar de toda su energía, me temo que no logrará el fin señalado por Ud., siempre suponiendo que esté, efectivamente, persiguiendo tal fin. Tal vez sea posible, dentro de algunas generaciones, aproximarse un poco más a esa meta; personalmente, sin embargo, creo que ni siquiera eso es muy probable.

Wells: Quizá esté yo más convencido de una interpretación económica de la política que Ud. Los inventos y la ciencia moderna han producido poderosas fuerzas que impulsan hacia una mejor organización, un mejor funcionamiento de la sociedad, es decir, al socialismo. Organización y regulación de la actividad individual se han convertido, por encima de toda teoría social, en necesidades mecánicas. Si empezamos por el control estatal de los bancos, y, en un segundo paso, ampliamos el control hasta incluir la industria pesada, luego la industria entera, el comercio, etc., entonces este control, que lo abarca todo, equivaldrá a la propiedad estatal de todas las ramas de la economía nacional. Este será el proceso de socialización. Socialismo e individualismo no son contrarios como blanco y negro. Hay muchas gradaciones. Existe un individualismo que raya en el bandolerismo, y existen una disciplina y una organización, que son equivalentes al socialismo. La introducción de la economía planificada depende, en gran parte, de los organizadores de la economía, de la inteligencia técnica bien formada, que poco a poco puede ser ganada para los principios de organización socialista. Esto es lo que importa. Pues organización viene antes que socialismo. Es el factor más importantes. Sin organización, la idea del socialismo queda siendo una simple idea.

Stalin: Entre el individuo y el colectivo, entre los intereses del individuo y los de la comunidad, no existen antagonismos incompatibles, o por lo menos no deberían de existir. No deberían de existir, ya que el colectivismo, el socialismo, no niega los intereses individuales, sino que, al contrario, los une con los intereses del colectivo. El socialismo no puede separarse de los intereses individuales. Sólo la sociedad socialista puede satisfacer al máximo estos intereses personales. Más aún: Sólo la sociedad socialista puede intervenir con decisión a favor de los intereses del individuo. En este sentido, no existen antagonismos incompatibles entre "individualismo" y socialismo. Pero ¿podemos negar los antagonismos entre las clases, entre la clase poseedora, la clase de los capitalistas; y la clase trabajadora, el proletariado? De un lado tenemos la clase poseedora, a la cual le pertenecen los bancos, las fábricas, las minas, los medios de transporte, las plantaciones en las colonias. Esa gente no ve más que su propio interés: quiere lucros. No se somete a la voluntad del colectivo; intenta subordinar todo lo colectivo a su voluntad. Por otro lado, tenemos a la clase de los pobres, la clase explotada, a la cual no le pertenecen ni fábricas, ni empresas, ni bancos, que, para poder vivir, está forzada a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas, y que carece de la posibilidad de satisfacer sus necesidades más elementales. ¿Cómo armonizar intereses y aspiraciones tan contrarios? A mi parecer Roosevelt no logró encontrar el camino hacia la reconciliación de estos intereses. Eso es también imposible, como lo demuestra la experiencia. Por supuesto Ud. conoce la situación en los Estados Unidos mejor que yo, pues nunca he estado allí y me informo acerca de las condiciones americanas, principalmente por medio de la literatura. Pero tengo alguna experiencia en la lucha por el socialismo, y esta experiencia me dice, que Roosevelt, si realmente tratara de servir a los intereses de la clase obrera a costa de la clase capitalista, será substituido, de parte de esa clase capitalista, por otro presidente. Los capitalistas dirán: los presidentes van y vienen, mas nosotros no nos vamos, si tal o cual presidente no representa nuestros intereses, nos buscaremos otros. ¿Qué puede, a fin de cuentas, oponer el presidente a la voluntad de la clase capitalista?

Wells: Me opongo a esa simplificada subdivisión de la humanidad en pobres y ricos. Desde luego que existe una categoría de gente, que sólo persigue afanosamente el lucro propio. Pero ¿acaso no se le ve a esta gente como a una plaga, en el oeste tanto como aquí? ¿No existe mucha gente en el oeste, para la cual el beneficio no es ninguna meta en sí, que dispone de ciertos medios financieros, que quiere invertir y costear el sustento de estas inversiones, sin que vean en esto su meta principal? Ven en las inversiones una necesidad desagradable. ¿Acaso no existen muchos ingenieros capaces, que cumplen con su deber, organizadores de la economía, que encuentran el acicate para su actividad en otra cosa que no sea el lucro? A mi parecer existe una clase numéricamente fuerte de gente capacitada, que admite que el sistema actual es insatisfactorio, y que jugará un papel importante aún en la sociedad capitalista del futuro. Durante los últimos años he pugnado mucho, he pensado mucho acerca de la necesidad de hacer propaganda por el socialismo y el cosmopolitismo en amplios círculos de los ingenieros, los pilotos, los empleados técnico-militares. Carece de sentido querer acercarse a esos círculos con una propaganda de una simple lucha de clases. Esa gente comprende, en qué estado se encuentra el mundo. Comprende que es un maldito caos, pero el simple antagonismo de la lucha de clases de Ud., lo toma como algo disparatado.

Stalin: Ud. se contrapone a la subdivisión simplificada de la humanidad en pobres y ricos. Naturalmente, existe una capa media; existe la inteligencia técnica a la que se refirió, y existen personas muy buenas y muy honestas en ella. También existen, en ella, personas deshonestas y malas. Generalmente Ud. encuentra aquí todo tipo de gente. Pero antes que nada la humanidad se divide en pobres y ricos, en poseedores y explotados, y apartar la vista de esta división fundamental, significa apartar la vista del hecho fundamental. Yo no niego la existencia de capas medias, intermedias, que se puedan poner del lado de una, o de otra de las dos clases combatientes, o que se mantengan en una posición neutral en esta lucha. Pero repito, apartar la vista de esta división fundamental de la sociedad, o de la lucha fundamental entre las dos clases principales significa cerrar los ojos ante los hechos. Esta lucha se está librando y se seguirá librando. Cómo termine la lucha, depende del proletariado, de la clase obrera.

Wells: Pero ¿no existe mucha gente, que no es pobre, y sin embargo trabaja, trabaja productivamente?

Stalin: Naturalmente que hay pequeños propietarios de tierra, artesanos, pequeños comerciantes; pero el destino de un país no depende de esa gente, sino de las masas trabajadoras que producen todo aquello que la sociedad necesita.

Wells: Pero tendrá que reconocer que existen géneros de capitalistas que difieren mucho entre sí. Hay capitalistas que sólo piensan en el lucro, sólo piensan en hacerse ricos; pero también hay quienes están dispuestos a hacer sacrificios. Tome por ejemplo al viejo Morgan. Sólo pensaba en el lucro; era sencillamente un parásito de la sociedad; sólo acumulaba posesiones. Pero tome a Rockefeller. Era un organizador brillante; ha demostrado de manera ejemplar cómo se debe organizar la explotación del petróleo. O tome a Ford. Desde luego que Ford busca el beneficio propio. ¿Pero no es también un organizador apasionado de la racionalización en la producción, del cual Ud. aprende? Quiero señalar que en los últimos tiempos se ha producido un cambio importante en la actitud de los países de habla inglesa con respecto a la URSS. La causa de esto hay que buscarla en la posición de Japón y en los acontecimientos en Alemania. Pero al lado de eso existen otras razones que no tiene su origen en la política internacional. Existe una causa más profunda, y está, justamente, en que mucha gente se va dando cuenta de que el sistema basado en el lucro privado se está derrumbando. Bajo estas circunstancias me parece que no debemos poner el antagonismo entre ambos mundos en primer plano, sino que nos deberíamos esforzar por unificar todas las corrientes constructivas, todas las fuerzas constructivas, en la medida de lo posible, en una línea. Tengo la impresión, de que mi posición es más izquierdista que la suya, Sr. Stalin, creo que el viejo sistema está más cercano a su fin de lo que Ud. cree.

Stalin: Al hablar de capitalistas, que sólo buscan el lucro, sólo buscan la riqueza, no estoy queriendo decir que esa gente no tenga ningún valor y que no sirva para nada más. Muchos de ellos disponen, sin duda, de grandes capacidades organizativas, que no pretendería negar ni soñando. No es poco lo que los hombres de la Unión Soviética aprendemos de los capitalistas. Y Morgan, al cual caracteriza de modo tan desventajoso, fue indudablemente, un organizador bueno ya capaz. Pero si habla de gente resuelta a crear un mundo nuevo, por cierto que no la encontrará en las filas de aquellos que sirven fielmente a la causa del lucro. Nosotros y ellos estamos en dos polos opuestos. Ud. ha mencionado a Ford. Desde luego que es un organizador capaz de la producción. ¿Pero no conoce su actitud para con la clase obrera? ¿No sabe a cuántos obreros lanza a la calle? El capitalista está encadenado al lucro, y ningún poder del mundo lo puede arrancar de allí. El capitalismo no es eliminado por los organizadores de la producción, por la inteligencia técnica, sino por la clase obrera, porque las capas que mencionamos no tienen un papel autónomo. El ingeniero, el organizador de la producción, no trabaja como él quiere, sino como debe, trabaja de una manera que sirve a los intereses de su patrón. Desde luego que hay excepciones; hay hombres en esa capa que han despertado del delirio capitalista. En determinadas condiciones, la inteligencia técnica puede lograr milagros y prestar grandes servicios a la humanidad. Pero también puede causar grandes daños. No es poca la experiencia que tenemos los hombres de la Unión Soviética con la inteligencia técnica. Después de la Revolución de Octubre, una determinada parte de la inteligencia técnica se negó a colaborar en la construcción de la nueva sociedad; se resistía a este trabajo de construcción y lo saboteaba. Hicimos todo lo que pudimos para integrar a la intelectualidad técnica a este trabajo constructivo; lo intentamos de una manera y de otra. Pasó mucho tiempo antes de que nuestros intelectuales preparados se encontraran dispuestos a apoyar el nuevo sistema activamente. Hoy, lo mejor de esta intelectualidad técnica está en la línea más avanzada de aquellos que construyen la sociedad socialista. Partiendo de estas experiencias, estamos muy lejos de subestimar tanto los buenos como los malos lados de esta intelectualidad; sabemos que, de un lado, puede causa daño, del otro, puede lograr "milagros". Naturalmente , las cosas serían diferentes, si fuese posible arrancar a la intelectualidad, de un solo golpe, del mundo capitalista. Pero eso es utópico. ¿Hay entre la intelectualidad técnica, muchos que osarían romper con el mundo burgués e intervenir a favor de la edificación de una nueva sociedad? ¿Cree Ud. que haya mucha gente de ese tipo, digamos, en Inglaterra o en Francia? No, son sólo pocos, los que estarían dispuestos a separarse de sus patronos y empezar con la construcción de un nuevo mundo. Además, ¿podemos ignorar el hecho que, para cambiar el mundo, se tiene que estar en posesión del poder político? Me parece, Sr. Wells, que subestima mucho la cuestión del poder político, que esta pregunta, en su concepción, no está considerada en absoluto. ¿Qué puede hacer esa gente, aún con las mejores intenciones del mundo, si no está en condiciones de plantearse la pregunta del poder, y no está, ella misma, en posesión del poder? En el mejor de los casos, puede apoyar a la clase que tome el poder, pero no puede cambiar el mundo por su propia fuerza. Eso sólo lo puede hacer una clase mayoritaria, que se pone en el lugar de la clase capitalista, y se convierte, en vez de ésta, en dirigente. Esta clase, es la clase obrera. Desde luego que hay que aceptar la ayuda de la intelectualidad técnica; y, en sentido inverso, hay que ayudarle a ella. Pero no se debe creer, que la intelectualidad técnica fuese capaz de jugar un papel histórico autónomo. La transformación del mundo es un proceso grande, complicado y penoso. Esta gran tarea exige una gran clase. Sólo grandes barcos emprenden largos viajes.

Wells: Sí, pero para emprender un viaje largo, se necesita un capitán y un timonel.

Stalin: Eso es correcto, pero lo primero que se necesita para un viaje largo, es un barco grande. ¿Qué es un timonel sin barco? Nada.

Wells: El barco grande es la humanidad, no una clase.

Stalin: Ud., Sr. Wells, por lo visto parte de la suposición, de que todos los hombres son buenos. Yo, mientras tanto, no olvido que también existen muchos hombres malos. No creo en la virtud de la burguesía.

Wells: Recuerdo la situación de la intelectualidad hace algunas décadas. En aquel entonces, la intelectualidad técnica era numéricamente pequeña, pero había mucho que hacer, y cada ingeniero tenía, técnica e intelectualmente, su oportunidad. Por eso, la intelectualidad técnica era la clase menos revolucionaria. Hoy, mientras tanto, hay intelectuales técnicos de sobra, y su mentalidad ha cambiado muy marcadamente. El hombre con formación profesional, que antes jamás habría prestado atención a discursos revolucionarios, ahora se interesa mucho por ellos. Recientemente estuve en una cena de la Royal Society, nuestra gran sociedad científica inglesa. El discurso del presidente fue una intervención en defensa de la planificación social y del control científico. Hoy, el hombre que está al frente de la Royal Society, sostiene ideas revolucionarias e insiste en una reorganización científica de la sociedad humana. Su propaganda de guerra de clases no ha podido adaptarse al paso de este desarrollo. El pensar humano cambia.

Stalin: Ya lo sé, sí, y la explicación de esto hay que buscarla en el hecho de encontrarse la sociedad capitalista en una callejón sin salida. Los capitalistas buscan un camino que los conduzca fuera de este callejón sin salida, que sea compatible con el prestigio de esta clase, con los intereses de esta clase, pero no lo encuentran. Podrán salirse un corto trecho fuera de la crisis, gateando con pies y manos en el suelo, pero no pueden encontrar un camino que les posibilite salir con la cabeza erguida, un camino que no atentara fundamentalmente contra los intereses del capitalismo. Esto se comprende, naturalmente, en amplios círculos de la intelectualidad técnica. Una gran parte de esos hombres empieza a comprender la comunidad de intereses con la clase que es capaz de mostrar una escapatoria al callejón sin salida.

Wells: Si hay alguien que entienda algo de la revolución, del lado práctico de la revolución, es Ud., Sr. Stalin. ¿Acaso se han sublevado alguna vez las masas? ¿No es una verdad innegable, que todas las revoluciones son hechas por una minoría?

Stalin: Para hacer una revolución, es menester una minoría revolucionaria dirigente; pero la minoría más capacitada, más abnegada, y más enérgica, quedaría desvalida, si no pudiese basarse en el apoyo, por lo menos pasivo, de millones.

Wells: ¿Por lo menos pasivo? ¿Tal vez subconsciente?

Stalin: En parte también el apoyo semiinstintivo, y semiconsciente, pero sin el apoyo de millones aún la mejor minoría sería impotente.

Wells: Al observar la propaganda comunista en el oeste, tengo la impresión, que esa propaganda, en vista de la situación actual, suena muy atrasada, pues es propaganda para la insurrección. Propaganda a favor del derrocamiento del sistema social por la violencia, fue buena y justa, cuando iba dirigida contra una tiranía. Pero en las condiciones actuales, derrumbándose solo el sistema de todos modos, se debería de atribuir importancia al rendimiento, a la eficacia, a la productividad, y no a la sublevación. Yo encuentro, que el tono de sublevación es un tono falso. La propaganda comunista en el oeste es una contrariedad para los hombres de mentalidad constructiva.

Stalin: Naturalmente, el viejo sistema se derrumba y se pudre. Correcto. Pero también es correcto, que se están haciendo nuevos esfuerzos, para, con otros métodos, con todos los medios, proteger este sistema moribundo, y salvarlo. Ud. saca una conclusión errónea de una premisa correcta. Con razón afirma, que el viejo mundo se derrumba. Pero se equivoca, si cree, que se derrumba por sí solo. No, la sustitución de un sistema social por otro es un proceso revolucionario, largo y penoso. No es un proceso espontáneo simplemente, sino una lucha: es un proceso que se lleva a cabo en el choque de las clases. El capitalismo se pudre, pero no se le puede comparar sencillamente con un árbol, que esté tan corrompido, que tiene que caer a tierra por sí solo. No, la revolución, el relevo de un sistema por otro, ha sido siempre una lucha, una lucha penosa y cruel, una lucha de vida o muerte. Y cada vez que los hombres del mundo nuevo llegaron al poder, tuvieron que defenderse de los intentos del mundo viejo de restaurar el viejo orden por la violencia; estos hombres del mundo nuevo siempre han tenido que estar en guardia, siempre dispuestos a rechazar los ataques del mundo viejo al nuevo sistema. Sí, tiene razón al decir que se derrumba el viejo sistema social; pero no se derrumba por sí mismo. Tome por ejemplo el fascismo. El fascismo es una fuerza reaccionaria que, utilizando la violencia, intenta conservar el viejo mundo. ¿Qué quiere hacer con los fascistas? ¿Discutir con ellos? ¿Tratar de convencerlos? Pero así, con ellos, no se logra ni lo más mínimo. Los comunistas no glorifican, de ninguna manera, la aplicación de la violencia. Pero ellos, los comunistas, no tienen la intención de dejarse sorprender, no se pueden fiar de que el viejo mundo se saldrá del escenario voluntariamente, ven, que el viejo sistema se defiende por la violencia y, por eso mismo, los comunistas le dicen a la clase obrera: ¡Contestad a la violencia con la violencia, haced todo lo que esté en vuestras fuerzas para impedir que os aplaste el viejo orden moribundo, no dejéis que os aten las manos, aquellas manos, con las que derribaréis el viejo sistema! Ud. ve, por lo tanto, que los comunistas no consideran la sustitución de un sistema social por otro simplemente como un proceso espontáneo y pacífico, sino como un proceso complicado, largo y violento. Los comunistas no pueden cerrar los ojos ante los hechos.

Wells: Pero mire lo que está sucediendo en el mundo capitalista. Esto no es, simplemente, un colapso, es un estallido de violencia reaccionaria, que termina en el bandolerismo. Y a mi parecer, los socialistas pueden, cuando se da un conflicto con la violencia reaccionaria e inepta, acudir a la ley, y en vez de considerar a la policía como su enemigo, deberían apoyarla en su lucha contra los reaccionarios. Creo que carece de sentido operar con los métodos del viejo y rígido socialismo de insurrecciones.

Stalin: Los comunistas se basan en ricas experiencias históricas; esas experiencias enseñan, que una clase agotada no abandona el escenario voluntariamente. Piense en la historia de Inglaterra en el siglo XVII. ¿No decían en aquel entonces muchos que el viejo sistema social estaba podrido? Pero, a pesar de ello, ¿no fue necesario un Cromwell para anonadarlo por la fuerza?

Wells: Cromwell operaba sobre la base de la constitución, y en nombre del orden constitucional.

Stalin: ¡En nombre de la constitución ejerció violencia, hizo ejecutar al rey, disolvió y esparció el parlamento, hizo encarcelar o decapitar gente! O tome un ejemplo de la historia de mi país. ¿No estaba claro hace mucho, que se pudría, se desplomaba el sistema zarista? Pero ¿cuánta sangre tuvo que ser derramada aún, para abatirlo? ¿Y la Revolución de Octubre? ¿No hubo muchos que veían con toda claridad, que solamente nosotros, los bolcheviques, señalábamos una salida? ¿No estaba claro que el capitalismo ruso estaba podrido? Pero Ud. sabe cuán fuerte fue la resistencia, cuánta sangre tuvo que ser derramada para defender la Revolución de Octubre contra todos sus enemigos, en el interior y en el extranjero. O tome a Francia a finales del siglo XVIII. Mucho tiempo antes de 1789 ya estaba claro, cuán podrido estaba el poder del rey, cuán podrido estaba el sistema feudal. Sin embargo, aquello no pudo llevarse a cabo sin un levantamiento popular, un choque de las clases. ¿Por qué? Porque aquellas clases que tienen que abandonar el escenario de la historia, son las últimas en creer que su juego se ha acabado. Es imposible convencerlas de ello. Creen, que las grietas en la putrefacta estructura del viejo orden podrían ser remendadas, que la estructura tambaleante del viejo orden podría ser arreglada y salvada. Por eso mismo, las clases que están hundiéndose, acuden a las armas y se valen de cualquier medio, para mantenerse como clase dominante.

Wells: ¿Pero acaso la Gran Revolución francesa no fue encabezada por algunos abogados?

Stalin: Estoy lejos de querer menoscabar el papel de la inteligencia en movimientos revolucionarios: Pero ¿fue la Gran Revolución francesa una revolución de abogados, o una revolución del pueblo, que logró la victoria movilizando a amplias masas populares para la lucha contra el feudalismo, y defendiendo los intereses del Tercer Estado? ¿Y actuaron los abogados entre los dirigentes de la Gran Revolución francesa de acuerdo a las leyes del viejo orden? ¿No introdujeron un derecho nuevo, burgués-revolucionario? Ricas experiencias históricas enseñan que hasta hoy ninguna clase se ha retirado para hacerle lugar a otra voluntariamente. Esto, en la historia no tiene precedente. Los comunistas han aprendido esta lección histórica. Los comunistas celebrarían que la burguesía se retirase voluntariamente. Pero tal giro de las cosas es, como sabemos por experiencia, improbable. Por eso, los comunistas están prevenidos para lo peor, y se dirigen a la clase obrera con el llamamiento de estar alerta y preparada para la lucha. ¿De qué vale un dirigente que adormece la vigilancia de su ejército, un dirigente que no comprende que el enemigo no va a capitular, que tiene, que tiene que ser destruido? Quien, como dirigente, actúa de tal manera, engaña, traiciona a la clase obrera. Esta es la razón por la cual opino, que aquello que a Ud. la parece atrasado, para la clase obrera es, en realidad, una norma para la actividad revolucionaria.

Wells: No niego que sea necesario hacer uso de la violencia, pero sí es mi opinión, que las formas de lucha deberían ser concertadas como mejor se pueda, con las posibilidades que ofrecen las leyes existentes dignas de ser defendidas contra ataques reaccionarios. No hay ninguna necesidad de desorganizar el sistema viejo, ya que éste, tal como están las cosas, se va desorganizando por sí solo. Por eso, la sublevación contra el orden viejo, contra la ley, me parece anticuada y superada por el desarrollo. Estoy, dicho sea de paso, exagerando conscientemente, para que la verdad se haga visible de modo más claro. Puedo formular mi punto de vista de la siguiente manera: primero, estoy a favor del orden; segundo, ataco al sistema existente en tanto que no puede garantizar el orden; tercero, temo que la propaganda a favor de la guerra de clases vaya a alejar del socialismo justamente a aquellas personas cultas, que el socialismo necesita.

Stalin: Si se quiere lograr un gran objetivo, un objetivo social importante, se precisa una fuerza central, un baluarte, una clase revolucionaria. Como próximo paso, es necesario organizar el apoyo de esta fuerza central por parte de fuerzas auxiliares; en este caso, dicha fuerza auxiliar es el Partido, al cual están afiliadas también las mejores fuerzas de la inteligencia. Ud. acaba de hablar de "personas cultas". Pero ¿en qué personas cultas pensaba? En Inglaterra durante el siglo XVII, en Francia a fines del siglo XVIII, y en Rusia durante la época de la Revolución de Octubre, ¿no estaban muchas personas del lado del viejo orden? El viejo orden tenía a su servicio a muchas personas sumamente cultas, que defendían el viejo orden, que combatían el nuevo orden. La cultura es un arma, cuyo efecto depende de qué mano la haya forjado, qué mano la dirija. Por supuesto, el proletariado necesita personas sumamente cultas. Ciertamente; los ingenuos no pueden ser de ninguna ayuda para el proletariado en su lucha por el socialismo, en la edificación de una nueva sociedad. No subestimo el rol de la inteligencia; al contrario, lo subrayo. Pero la pregunta es la siguiente: ¿de qué inteligencia estamos hablando? Porque hay diferentes tipos de inteligencia.

Wells: No puede haber revolución sin cambios radicales en la instrucción pública. Basta citar dos ejemplos: el ejemplo de la República alemana, que no tocó el viejo sistema educacional, y que por eso nunca se convirtió en República; y el ejemplo del Labour Party inglés, que no tiene la intención de insistir en una transformación radical de la instrucción pública.

Stalin: Muy acertado. Permítame ahora responder a sus tres puntos. Primero: Lo más importante para la revolución es la existencia de un baluarte social. Tal baluarte social es la clase obrera. Segundo: se precisa de una fuerza auxiliar, aquello, que los comunistas llaman Partido. Al Partido está afiliada la inteligencia obrera, y aquellos elementos de la inteligencia técnica que están estrechamente ligados a la clase obrera. La inteligencia se fuerte solamente, si se une con la clase obrera. Si se contrapone a la clase obrera, se convierte en una simple cifra. El nuevo poder político crea las nuevas leyes, el nuevo orden, el cual es un orden revolucionario. Yo no estoy a favor del orden sin más ni más. Yo estoy a favor de un orden que corresponda a los intereses de la clase obrera. Por supuesto, si algunas leyes del viejo orden pueden ser utilizadas en interés de la lucha por un orden nuevo, esto debería de hacerse. No tengo objeciones contra su postulación de que el sistema actual debería ser atacado, en tanto que no puede garantizar el orden necesario para el pueblo. Y, finalmente, está equivocado si cree que los comunistas están enamorados de la violencia. Con todo gusto renunciarían a la aplicación de violencia, si la clase dominante estuviera dispuesta a cederle su lugar a la clase obrera. Pero la experiencia histórica indica lo contrario de tal suposición.

Wells: Aunque también es cierto, que la historia de Inglaterra conoce un caso, en que una clase le dejara el poder a otra clase voluntariamente. En el periodo entre 1830 y 1870, la aristocracia, que en las postrimerías del siglo XVIII tuvo aún una influencia considerable, voluntariamente, sin lucha seria, le cedió el poder a la burguesía, lo cual fue una de las causas para el sentimental mantenimiento de la monarquía. En lo sucesivo, esta transferencia del poder condujo a que erigiera su dominio la oligarquía financiera.

Stalin: Pero Ud. se ha pasado imperceptiblemente de cuestiones de la revolución a cuestiones de la reforma. Eso no es lo mismo. ¿No opina que el movimiento cartista tuvo gran significado para las reformas en la Inglaterra del siglo XIX?

Wells: Los cartistas poco hicieron, y desaparecieron sin dejar huellas.

Stalin: No comparto su opinión. Los cartistas, y el movimiento huelguístico organizado por ellos, tuvieron un papel importante; obligaron a las clases dominantes a una serie de concesiones con respecto al derecho de sufragio, con respecto a la abolición de los llamados "distritos electorales corrompidos", con respecto a algunos puntos de la "Carta". El cartismo jugó un rol histórico de no poca importancia y obligó a una parte de las clases dominantes, a menos que hubiese querido tolerar continuas conmociones, a hacer ciertas concesiones, ciertas reformas. En general cabe decir que las clases dominantes de Inglaterra, la aristocracia tanto como la burguesía, se han mostrado desde el punto de vista de sus intereses de clase, del punto de vista del afianzamiento de su poder, ser las más hábiles, las más flexibles en comparación con todas las otras clases dominantes. Tome, digamos, un ejemplo de la historia de nuestros días -la huelga general en Inglaterra, en el año 1926. En caso de semejante acontecimiento, a saber, que el Consejo general de los sindicatos dé la orden de huelga, cualquier otra burguesía hubiese, en primer lugar, hecho detener a los dirigentes sindicales. No así la burguesía británica, que con ello actuó de manera absolutamente inteligente, desde el punto de vista de sus propios intereses. No me imagino que la burguesía de los Estados Unidos, de Alemania o de Francia hubiese aplicado una estrategia tan flexible. Para mantener su dominio, las clases dominantes de Gran Bretaña no han rehusado nunca hacer pequeñas concesiones, o reformas. Pero sería un error tomar estas reformas por revolucionarias.

Wells: Ud. Tiene una opinión más favorable de las clases dominantes de mi país que yo. Pero ¿existe gran diferencia entre una pequeña revolución y una gran reforma? ¿Acaso una reforma no es una pequeña revolución?

Stalin: A consecuencia de la presión desde abajo, de la presión de las masas, la burguesía puede, manteniendo el sistema socio-económico reinante, ocasionalmente conceder determinadas reformas parciales. Al actuar así, calcula que esas concesiones son necesarias para mantener su dominio de clase. Es pues, por este motivo, imposible caracterizar una reforma como revolución. Por ello, no hemos de esperar ningún cambio del sistema social que se realice como imperceptible transición de un sistema a otro, por vía de reformas, a través de concesiones de la clase dominante.

Wells: Le agradezco mucho por esta conversación, que para mí ha tenido una gran importancia. Cuando me estuvo explicando diversos puntos, posiblemente haya recordado el pasado, cuando en los círculos ilegales antes de la revolución, solía explicar los fundamentos del socialismo. Hay actualmente sólo dos personas sobre la tierra, cuya opinión, cuya más mínima declaración es escuchada todavía por millones -de Ud. y Roosevelt. Otros, que prediquen cuanto quieran; lo que digan no será impreso ni tenido en cuenta. Aún no puedo apreciar, cuánto ha sido logrado en su país. Pero he visto ya las caras contentar de hombres y mujeres sanos, y sé, que algo muy significativo se está realizando aquí. La diferencia, en comparación con 1920, es asombrosa.

Stalin: Mucho más se hubiera podido conseguir, si los bolcheviques hubiésemos sido más inteligentes.

Wells: No, si los seres humanos fuésemos más inteligentes. Sería una buena cosa inventar un plan quinquenal para la reconstrucción del cerebro humano, pues obviamente le faltan muchas cosas imprescindibles para un orden social perfecto.

Stalin: ¿Piensa quedarse aquí para el Congreso de la Unión de Escritores Soviéticos?

Wells: Desafortunadamente tengo varios compromisos, y me puedo quedar sólo por una semana en la URSS. Vine con el deseo de hablar con Ud. y estoy muy contento con nuestra charla. Pero, con los escritores, con los que pueda encontrarme, pienso hablar de la posibilidad de sus afiliación al PEN-Club. Es ésta una organización internacional de escritores, que fue fundada por Galsworthy; después de morir él, yo me convertí en su presidente. La organización es aún débil, pero tiene grupos de afiliados en muchos países, y, lo cual es aún más importante, la prensa informa muy detalladamente acerca de los discursos de sus miembros. Su principio es la libre manifestación de opiniones -también de opiniones contrarias. Espero poder discutir este punto con Gorki. No sé, si aquí ya se está preparado para tanta libertad...

Stalin: Los bolcheviques llamamos a eso "autocrítica". Se acostumbra en toda la URSS. Si Ud. deseara alguna cosa, yo le podría ayudar con voluntarios.

Wells: Le estoy muy agradecido.

Stalin: Yo le agradezco por la entrevista.

Bolchevik, número 17, 1934

martes, octubre 17, 2006

Joseph Djugashvili: un personajazo

Conversamos largo y tendido acerca de lo que fue la revolución bolchevique, acerca de la manera en que Lenin entendió el socialismo. Analizamos la coyuntura vivida cuándo quedó claro que el socialismo prendería solamente en la atrasada Rusia. Empezamos a conocer aquello en lo que se fue convirtiendo la revolución, cuando logró ascender a la cúspide de PCUS Joseph Djugashvili. O sea, Stalin.

Este georgiano había adoptado el nombre de Stalin (“hombre de hierro”), luego unirse a los bolcheviques, en el año de 1904. Pero su apellido era lo único que asustaba. Porque dentro del partido Stalin había hecho carrera como un burócrata, no como ideólogo, ni menos como hombre de acción. Pequeño de estatura, inseguro, suspicaz, de presencia opaca, no parecía tener gran futuro político en la revolución.

Al fallecer Lenin se inició una dura lucha interna al interior de la primera camada de revolucionarios. Todos esperaban que se impusiera Trotsky, cabeza del Ejército Rojo. Un hombre intelectualmente elevado, que era muy respetado entre los bolcheviques.

Nadie daba mucho por su Stalin. Troksky, dicen, lo llamaba “la mediocridad más eminente del partido”. Lenin no tenía una opinión mucho mejor. En su testamento fue claro: Stalin debía ser removido de su cargo, cualquiera podía ser su sucesor, menos él.

Pero este burócrata supo moverse muy bien dentro del partido. Hacia fines de la década su figura había logrado adquirir un predominio incontrarrestable dentro del partido. Esto quedó de manifiesto cuando logró someter a proceso a Trotsky, bajo la acusación grave de “revisionismo”. En el congreso del PCUS de 1927 se hizo una gran votación: 854.000 miembros votaron a favor de su culpabilidad, sólo 4000 en contra. Fue mandado a Siberia. Luego exiliado en México. Finalmente Stalin lo mandó a matar, el año de 1940.

Stalin se tomó la revolución e inició una dictadura sin parangón, que se proyectó hasta el año de su muerte en 1953. Bajo su mandato se adulteró completamente el contenido político de este experimento socialista. A partir de entonces la URRS se concentró en dos objetivos muy concretos: modernizar la agricultura a través de la colectivización de la producción e industrializar en tiempo récord la URRS para sacarla del subdesarrollo y amagar las amenazas internas y externas que confrontaba su poder, usando como instrumento el terror.

Ya conversamos de todo ésto, también de lo que comportó. Para aquellos de ustedes que quieran conocer las razones que motivaron su política agraria, lean los párrafos que dedica a la "Cuestión campesina" en Fundamentos del leninismo (una especie de catecismo que el régimen hacía que todo el mundo debiera aprenderse de memoria).

El programa de industrialización acelerada de Stalin fue exitosísimo. La política campesina, en cambio, fue un desastre, que va a ir minando lentamente la viabilidad del régimen.

Ojo con este tema: el Este tema reviste interés especial para las materias que estamos discutiendo. Las naciones tercermundistas (incluido Chile) que fundamentaron sus programas de modernización en el modelo soviético copiaron sin discriminar: tanto los planes quinquenales como la misma lamentable reforma agraria que a los soviéticos les produjo tantos problemas.

jueves, octubre 12, 2006

Marx y el marxismo

Conversamos, en clases, sobre las ideas de Marx. Las conocimos lo suficiente para tener una noción más o menos clara acerca de lo que ellas comportaban. Pues bien, luego de terminar de hablar de Marx y de sus ideas, hay que comenzar a hablar del marxismo, que es una cosa bien distinta: aquella suerte de apropiación que hacen de ese corpus de ideas una serie de movimientos sociales y políticos que se dan en la Europa industrializada.

Entre las décadas de 1850 y 1870 las ideas de Marx fueron madurando, materializándose en una serie de brillantes textos, que van conformando una obra gruesa, que transforma las intuciones expuestas en El Manifiesto Comunista, en las piezas de una gran teoría de lo social (que describía como ninguna lo que era el mundo capitalista, y que aporta, además, un programa político muy claro para conducir el pensamiento de izquierda hacia la superación de ese capitalismo). A esta torta le faltaba solamente una guinda. Eso sucedió en 1867 cuando Marx publicó el primer volumen de su obra más importante: El Capital (obra que su muerte va a dejar inconclusa). A partir de entonces este emigrado alemán, avecindado en Inglaterra desde fines de la década de 1840, se convirtió en una celebridad mundial. Sus ideas, además, se fueron transformando con rapidez en el canon de cualquier socialismo posible en toda Europa.

En los 70’s el marxismo gano una popularidad inusitada al interior del movimiento obrero, popularidad que no había gozado ningún ideario socialista, ni siquiera el anarquismo (tan vivo en la parte latina de Europa: Francia, Italia y España). El prestigio alcanzado por las ideas de Marx quedó de manifiesto cuando se formó la Segunda Internacional de partidos socialistas, el año de 1889. Esta organización, heredera de la Primera Internacional (de 1864), se constituyó en París, en una reunión que convocó 400 delegados de 20 países. Su programa, inicialmente, había sido encargado a Mazzini. Se buscaba potenciar un movimiento socialista que rebasara el horizonte mezquino de los estados nacionales. Un tipo de fraternidad más amplia. Las ideas de Mazzini, que querían poner rostro a esa intención, fueron inmediatamente desplazadas por las del recientemente fallecido Marx. Marx pasó a ser, a partir de ese momento, el único interprete válido de cualquier socialismo posible en Europa.

El marxismo caló en todos los partidos socialistas. El primero de ellos fue al PS alemán, de 1875, desde el principio marxista. Poco después se organizaron partidos socialistas en Francia, Austria, Bélgica, Suiza, Dinamarca y Suecia. Todos marxistas. Lo mismo en Rusia, el mismo año de la muerte de Marx (1883). Apareció luego la Federación Social Demócrata inglesa, al lado del partido laborista (un partido obrero no marxista). Incluso en el remoto Chile apareció un partido socialista marxista algunos años después (en 1912).

El marxismo ganó adeptos en las elecciones políticas de principios del siglo XX. La izquierda se transformó en una fuerza electoral monumental. Hacia 1914 era, de hecho, la fuerza electoral más importante de Europa.

Pleno éxito del marxismo. Pero también, a la vez, una extraña derrota. Porque en la segunda mitad del siglo XX la clase trabajadora Europea, que se miraba ideológicamente en el espejo que le ofrecía el marxismo, perderá todo su potencial revolucionario. Toda una ironía: en el momento mismo en el que marxismo lograba imponerse como ideología dominante del movimiento trabajador (en Europa y en otras partes, como Chile), dejó de pesar como un verdadero instrumento para la superación de capitalismo.

Esto pasó así: todos los partidos y movimientos socialistas de Europa, fueron descubriendo que si participaban en el sistema que querían destruir, a través de la la protesta o la huelga, podían sacar una buena tajada de beneficios a las empresas. ¿Para qué gastar sangre en luchar por una guerra de clases si se estaba logrando el bienestar a través del camino de la social democracia?

El gradualismo o revisionismo había traído más bienestar del que los pobres habían gozado nunca. Realidad indesmentible.

Las odiosas diferencias del principio fueron dando origen a modelos de mayor integración social. Las condiciones materiales del trabajador mejoraron, las barriadas obreras comenzaban a recibir los adelantos del siglo... en los países más capitalistas de todos....

¿Y la revolución? A comienzos del siglo XX había dejado de ser un objetivo para los marxistas. Los trabajadores, los líderes socialistas, los ideólogos, habían dejado de ser, casi todos ellos, revolucionarios activos. La social-democracia se volvió la receta dominante en Europa. Dejó de ser ser posible, por lo mismo, el estallido de una verdadera revolución proletaria en Europa, que destruyera el capitalismo y la democracia. En todas partes, incluida Rusia, con su aguerrido socialismo revolucionario, parecía no haber, ya, ninguna esperanza para la revolución.

La suerte del socialismo científico de Marx, que les describí, parecía ya echada. Marx se había convertido en un filósofo más, para conocer y comentar en clases. El marxismo, como proyecto histórico, parecía muerto, oleado y sacramentado. Pero entonces se produjo un hecho completamente fortuito, que lo cambió todo, que cambió, de paso, el aspecto que ofrecería el mundo a lo largo del siglo XX.

Marx había previsto que la revolución se produciría de manera inevitable en las sociedades más industrializadas, como consecuencia de la maduración del proceso de lucha de clases. Luego del período revolucionario, sobrevendría un período en que el proletariado ejercería una severa dictadura, como primer paso para la construcción de la sociedad sin clases, sueño final del marxismo.

La revolución socialista, sin embargo, no estalló en Inglaterra, ni en Francia, ni en Alemania. Ni en ningún otro país de la Europa desarrollada. Estalló en Rusia, la nación más atrasada de Europa (el lugar menos apto para soñar con el inicio del socialismo....).

Allí revivio un extraño marxismo, cuyos matices deben ser motivo de la discusión que vamos a tener en clase. Luego de eso, el marxismo se transformó el en marco de referencia para otras naciones subdesarrolladas, en el tercer mundo descolonizado, del cual hablamos largo (creado para países de industrialización superior, tuvo que aterrizar en las naciones pobres del sur, como el remoto Chile).

En esos lugares impensados el marxismo prendió con una fuerza inusitada, hasta hace muy poquito.

Para ver como aterriza el marxismo y se encarna muy bien en el mundo intelectual y social, lean esta perla: la interpretación marxista de la historia de Chile de Luis Vitale. Recorran, por ejemplo, las páginas del tomo I.