miércoles, abril 25, 2007

La encrucijada tercermundista

¿Cómo enfrantar el desafío de organizar las naciones novatas que pueblan el escenario político mundial con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial? ¿cómo confrontar la precariedad de estos proyectos nacionales insolventes?. En todas partes del tercer mundo se dio más o menos la misma dinámica.

Algunas de estas naciones optaron por instalar democracias, basadas en el capitalismo, que imitaban a su contraparte europea. Pero esta fórmula no produjo resultados especialmente alentadores. La democracia liberal, con el modelo de desarrollo adjunto a ella, basado en economías abiertas que compiten libremente, aprovechando sus ventajas comparativas, perdió todo prestigio en el tercer mundo.

Había razones sobradas para este fenómeno, que fue tan general. La democracia ofrece un mecanismo magnífico para administrar el poder, para resolver el asunto de la sucesión y la alternancia, para resolver las tensiones que existen al interior de cada sociedad, para metabolizar todo tipo de conflictos sin que haya derramamiento de sangres, para movilizar las capacidades y las energías de las personas en forma creativa y proactiva, para distribuir de manera razonable (aunque no necesariamente equitativa) los recursos de la sociedad. Pero las democracias formales no funcionan en cualquier parte. Parecen necesitar que se den ciertas precondiciones. Entre ellas, una de las impajaritables, es la de la existencia de una mínima cultura ciudadana (que la gente sepa leer y escribir, que esté acostumbrada a moverse dentro de las reglas que fija el estado de derecho, etc.) y de un umbral mínimo de desarrollo productivo previo. Cuando un sistema político inspirado en los sistemas representativos occidentales se inserta en sociedades en que las demandas de los distintos actores exceden con mucho las capacidades económicas del sistema, se hace inevitable el estallido de presiones sociales, de procesos de movilización, y la crisis política también se hace inevitable.

Todos los ensayos de democracia que se hicieron en estos países recientemente independizados, excluido el caso indio, fracasaron estrepitosamente. Estos fracasos fueron sucedidos, casi siempre, los mismos cursos de acción: luego de probar con este modelo importado a la carrera los países tercermundistas siguieron con la vista puesta más hacia fuera que hacia adentro. El camino del fascismo y del populismo fue contemplado como solución por más de algún país, especialmente en latinoamerica. Pero sin la perseverancia necesaria y sin la convicción suficiente: ambos sistemas impulsaban transformaciones que atacaban algunos de los defectos de las democracias y del capitalismo, sin afectar la sustancia del sistema. Luego de probar estas soluciones que atacaban los síntomas de la enfermedad capitalista, pero no la enfermedad misma, en todas partes se intentó implantar el único modelo de desarrollo, alternativo al capitalista, que se había apuntado éxitos efectivos: el “socialismo real” de los soviéticos.

La URRS ofreció al tercer mundo el único modelo de un país atrasado que había logrado desarrollarse en el siglo XX (estamos hablando de mediados de ese siglo, cuando todavía no era evidente el extraordinario salto que dieron poco después los países asiáticos).

¿Pudieron las naciones tercermundistas salvarse estableciendo dictaduras desarrollistas de partido único que imitaran a los soviéticos?.

La verdad es que tampoco. Aunque las naciones que conformaban Unión Soviética eran atrasadas, agricolas, esa nación estaba cerca de Europa, tenía nucleos desarrolados, problemas y elementos, también, propios del desarrollo. Las naciones africanas, asiáticas o latinoamericanas eran incluso más subdesarrolladas que la subdesarrollada Rusia, que no tenía gran cosa, pero si lo suficiente para instalar una dictadura bárbara, que impone un socialismo de estado. ¿Cómo crear estas dictaduras de partido único en naciones que no tienen estado, ni partidos capaces de someter los particularismos? Las naciones del tercer mundo eran, muchas veces, engendros fisurados por problemas étnicos, por rivalidades regionales, incapaces de establecer dictaduras de partido único, que impulsaran desde el Estado un proyecto desarrollista. Lo que hicieron, entonces, fue aplicar adaptaciones propias del modelo del socialismo real, que reconocieran las características de cada una de esas sociedades (que dejaban pie, al final, muy poco del modelo original). Así fue en China, en Korea, en Cuba, etc.: proliferaron distintos tipos de socialismos, todos ellos referenciados al comunismo soviético, pero con acentos locales tan importantes como para que fuera imposible, muchas veces, reconocer la presencia de un tronco común (sobre el que quiero hacer algunos comentarios más adelante, cuando me dedique a discutir el tema de los “socialismos reales”).

¿Qué consecuencias había que sacar de los fallos que presentaban los “socialismos reales” aplicados por los asiáticos o los africanos?.

Quienes se agregaron al club del socialismo más tarde, en los 60’s y 70’s, poco antes de la caída del muro de Berlín, se preguntaban si había algo estructuralmente defectuoso en la receta de Marx. ¿Sería posible cimentar un régimen comunista que cumpliera con las esperanzas de latinoamericanos o africanos, que funcionara bien? ¿qué lineamientos había que dar a estas experiencias? ¿cómo aprender del camino recorrido, de los tropiezos vividos por todos los revolucionarios anteriores? No era la idea sacar capitalistas para instalar dictaduras militares barbáricas.

Hubo empeños de todos los calibres y tipos. Incluido el caso chileno, que aportó una reflexión bien interesante sobre el tema. ¿Cómo lograr superar el capitalismo sin que ese esfuerzo nos lleve al despotismo tercermundista?. Allende nos recuerda que la revolución necesita un umbral previo de condiciones, que no se dan casi nunca en estas partes australes del mundo. Para llegar al paraíso del comunismo, pasando por la posta intermedia del socialismo, recomienda un camino distinto al seguido por todos. Uno que comience realmente por el principio. El principio obligado está a la vista. Hay que comenzar por transformar, dentro del propio sistema, la economía y la sociedad. Luego de un largo proceso de transición, en un más adelante que no está definido, vendrá quizás la independencia soñada, la transformación revolucionaria de la política (que debe ser siempre lo último, y no lo primero, como han supuesto todos los revolucionarios tercer mundista). Llamó a este juicio de sensatez la “Vía chilena al socialismo”. Conozcamos sus propias palabras:


LA VÍA CHILENA AL SOCIALISMO. DISCURSO DE SALVADOR ALLENDE EN PRIMER MENSAJE AL CONGRESO PLENO, 21 DE MAYO DE 1971

La superación del capitalismo

Las circunstancias de Rusia en el año 1917 y de Chile en el presente son muy distintas. Sin embargo, el desafío histórico es semejante.

La Rusia del año 17 tomó las decisiones que más afectaron a la historia contemporánea. Allí se llegó a pensar que la Europa atrasada podría encontrarse delante de la Europa avanzada, que la primera revolución socialista no se daría, necesariamente, en las entrañas de las potencias industriales. Allí se aceptó el reto y se edificó una de las formas de construcción de la sociedad socialista que es la dictadura del proletariado.

Hoy nadie duda que, por esta vía, naciones con gran masa de población pueden, en períodos relativamente breves, romper con el atraso y ponerse a la altura de la civilización de nuestro tiempo. Los ejemplos de la URSS y de la República Popular China son elocuentes por sí mismos.

Como Rusia, entonces, Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar una manera nueva de construir la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la vía pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes concretada. Los pensadores sociales han supuesto que los primeros en recorrerla serían naciones más desarrolladas, probablemente Italia y Francia, con sus poderosos partidos obreros de definición marxista.

Sin embargo, una vez más, la historia permite romper con el pasado y construir un nuevo modelo de sociedad, no sólo donde teóricamente era más previsible, sino donde se crearon condiciones concretas más favorables para su logro. Chile es hoy la primera nación de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista..........

Nuestro camino hacia el socialismo

Cumplir estas aspiraciones supone un largo camino y enormes esfuerzos de todos los chilenos. Supone, además, como requisito previo fundamental, que podamos establecer los cauces institucionales de la nueva forma de ordenación socialista en pluralismo y libertad. La tarea es de complejidad extraordinaria porque no hay precedente en que podamos inspirarnos. Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas -particularmente al humanismo marxista- y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno.

Científica y tecnológicamente hace tiempo que es posible crear sistemas productivos para asegurar, a todos, los bienes fundamentales que hoy sólo disfrutan las minorías. Las dificultades no están en la técnica y, en nuestro caso, por lo menos, tampoco residen en la carencia de recursos naturales o humanos. Lo que impide realizar los ideales es el modo de ordenación de la sociedad, es la naturaleza de los intereses que la rigieron hasta ahora, son los obstáculos con que se enfrentan las naciones dependientes. Sobre aquellas situaciones estructurales y sobre estas compulsiones institucionales debemos concentrar nuestra atención.

Lograr las libertades sociales

Nuestro camino es instaurar las libertades sociales mediante el ejercicio de las libertades políticas, lo que requiere como base establecer la igualdad económica. Este es el camino que el pueblo se ha trazado, porque reconoce que la transformación revolucionaria de un sistema social exige secuencias intermedias. Una revolución simplemente política puede consumarse en pocas semanas. Una revolución social y económica exige años. Los indispensables para penetrar en la conciencia de las masas. Para organizar las nuevas estructuras, hacerlas operantes y ajustarlas a las otras. Imaginar que se pueden saltar las fases intermedias es utópico. No es posible destruir una estructura social y económica, una institución social preexistente, sin antes haber desarrollado mínimamente la de reemplazo. Si no se reconoce esta exigencia natural del cambio histórico, la realidad se encargará de recordarla. Tenemos muy presente la enseñanza de las revoluciones triunfantes. La de aquellos pueblos que ante la presión extranjera y la guerra civil han tenido que acelerar la revolución social y económica para no caer en el despotismo sangriento de la contrarrevolución. Y que recién después, durante decenios, han tenido que organizar las estructuras necesarias para superar definitivamente el régimen anterior.

El camino que mi Gobierno ha trazado es consciente de estos hechos. Sabemos que cambiar el sistema capitalista respetando la legalidad, institucionalidad y libertades políticas, exige adecuar nuestra acción en lo económico, político y social a ciertos límites. Estos son perfectamente conocidos por todos los chilenos. Están señalados en el programa de Gobierno que se está cumpliendo inexorablemente, sin concesiones en el modo y la intensidad que hemos hecho saber de antemano.