viernes, abril 13, 2007

Un gran problema para el siglo XXI

El gran problema que confronta el siglo XXI es el siguiente: un 80% de la población mundial vive en países que son parte del llamado "tercer mundo". El dato no es Menor. Ocho de cada diez habitantes del mundo, hoy en día, es ciudadano (o súbdito) de naciones políticamente inseguras, que experimentan incrementos constantes de su población, a las cuales les falta la base económica que exige cualquier forma de convivencia sana. ¿Cómo enfrentar este problema? Lo primero que hay que hacer es comenzar, como siempre, tomar una conciencia crítica de el.

Catalicemos esa iniciación en el problema repasando puntos de vista que reflejan las ideas estandar sobre la materia. Voy a dar sustancia a esta discusión agregando algunos datos sobre la situación económico-social de Chile, que es ejemplarizadora de un cuadro mucho más general.


La descolonización afectó, en forma radical, el mapa político del planeta. Aquí hay dos datos cruciales: la magnitud del fenómeno y la velocidad con que se dio (velocidad completamente incompatible con cualquier resultado alentador).

En menos de dos décadas el mundo se llenó de países nuevecitos, que brotaban como callampas.

Estos países asiáticos, africanos, a los que se sumaron los latinoaméricanos (todos, salvo China, ex colonias de un poder colonial europeo), tenían muchas características en común: su fragilidad política, falta de infraestructura, debilidad o inexistencia de una elite conductora, de profesionales o técnicos, analfabetismo, etc.

Una de las características más acusadas de estas naciones nueva fue su extramada pobreza. Las naciones necesitan, como las familias, una base material para instalarse y para permanecer. Pues bien, estos países nuevos no tenían esa base. Estas economías agrícolas, eran casi todas, en condición mucho más deteriorada que la que habían tenido esos mismos países cuando eran colonias.

La mayor parte de ellas no tenían otro rubro económico distinto al que explotaban, cuando sus líderes nacionalistas las independizaron. No les quedó, por lo mismo, más alternativa que mantener las antiguas relaciones de subordinación que antes tenían con sus amos europeos, implantando democracias artificiales que a ellos les parecían obligadas y perpetuando sistemas económicos basados en la exportación de materias primas, en la depredación del medio ambiente y en una mano de obra barata.

Un conjunto de teóricos tercermundistas (los teóricos de la dependencia) han intentado identificar ciertos rasgos comunes que se dan en todas estas economías insolventes.

Discutámoslos.

Economías mono-exportadoras: Los países tercer mundistas no lograron diversificar sus economías. Como colonias se habían insertado en el capitalismo mundial como proveedoras de uno o dos productos primarios. Independientes, siguieron exactamente en lo mismo. En todos los casos estos países que dependían de un solo producto dependían también de un solo mercado, condicionado por los intereses extranjeros. Como todos estos países nuevos lanzaron al mundo sus materias primas, los precios de éstas comenzaron a caer.... Chile es un ejemplo. El cobre le reportaba un 75% de los ingresos por exportaciones. ¿Qué hacer ante una eventual caída de ese precio? No había nada que hacer. En realidad, estos precios cayeron en forma constante, para beneplácito de los poderes compradores. Sólo en un caso los países tercermundista lograron revertir esta tendencia: con el petróleo, luego de la OPEP.

Economía dependiente: Es peligroso que el país dependa de un solo producto, que está sometido a las fluctuaciones del mercado internacional. Es inconveniente, adicionalmente, sobretodo, cuando ese producto está en manos de extranjeros, como era siempre el caso. Los países dependientes de un solo amo europeo se hacen dependientes también de las tecnologías, formas de gestión y patrones de consumo de los amos post-coloniales: no producen para la realidad locar sino para el gusto de personas que viven fuera, que no tienen nada que ver con nosotros. Mala cosa, por que en casos como se produce una completa delegación en el interés extranjero de las políticas económicas. ¿Quién decide lo importante para un país latinoamericano y asiático? ¿sus autoridades, mirando la conveniencia del interés local, las necesidades de estos mercados, las necesidades de dar empleo a tal o cual sector, de generar tal o cual resultado para el país?. La verdad que no. Las verdaderas políticas públicas, en este ámbito, son tomadas en Nueva York o Londres, donde sea que se reuna el consejo directivo de la empresa, siempre dentro del mandato de una empresa: buscar los mejores réditos para los accionistas, no para los países.

Dependencia por partida doble, debido a la circunstancias en que se encuentra el sistema político mundial. Entre 1945 y 1989 las superpotencias obligan a los débiles a alinearse... sin una lealtad para los objetivos ideológicos y geopolíticos no es posible colocar en los mercados las materias primas, ni recibir créditos (ni armas)....

Economías concentradas: En la década de 1960 puede constarse una misma realidad para casi todas las naciones del tercer mundo. Estas economías presentaban una concentración elevadísima. Unos pocos empresarios nacionales, ligados a capitales foráneos, concentraban casi todos los activos financieros, todas las empresas industriales, todas los suelos agrícolas. Unos datos para ilustrar, tomados de la realidad de una nación estandar del tercer mundo, como lo era Chile. Un 17% de las industrias controlaban el 78% de todos los activos del país. La misma norma se cumple en todos los sectores: un 3% de las industrias controlaban cerca del 60% del capital, un 2% de los predios controlaban el 55% de las tierras, 3 empresas mineras norteamericanas controlaban el 60% de las exportaciones, 12 empresas dedicadas al comercio mayoristas contralaban el 44% de las ventas. Estas empresas tenían tal envergadura que eran capaces de ejercer un control monopólico sobre los distintos sectores. Eso les permitía evitar que nuevos competidores ingresaran al mercado, les permitía fijar los precios a su gusto, coludidos siempre con la burocracia estatal y con una elite política casi siempre corrupta (los empresarios de estas naciones lograban perpetuar el aprovechamiento de las facilidades que les ofrecían los nuevos estados, manifestadas en subsidios, araceles y créditos preferenciales, etc., gracias a sus vínculos con la elite local y con la clase política).

Economía basada en la mano de obra barata y en la depredación del medioambiente: La explotación de recursos primarios necesita una mano de obra poco refinada, forzosamente mal remunerada, para desenvolverse. Esto sucede incluso en el caso de países tercermundistas que abrazan el capitalismo, como China. Cómo lo único que interesa de esas economías son recursos naturales, la manera de competir unos con otros es ofreciendo ventajas comparativas del peor tipo: permitir a los capitalistas bajar los costos explotando los recursos sin los resguardos mediambientales y laborales que operan en su propio medio, en el primer mundo.

Economía oligárquica: El desarrollo de una economía exportadora dependiente casi obligaba a que la riqueza se concentrara, en estos países, de manera vergonzosa en una elite privilegiada, conectada de distintas maneras con las empresas monopólicas y dependientes. Quienes se movían (profesionales, políticos, funcionarios públicos, etc.) en la órbita de estos grandes intereses podían acumular enormes riquezas. Quienes estaban lejanos de esos intereses, no recibían nada. Por eso la distribución de la riqueza era tan mala en el país en los 60’s. De nuevo el ejemplo de Chile: mientras el 10% más pobre participaba en un 1,5% del ingreso total del país, el 10% más rico participaba con un 40,2%. La razón en el ingreso de ambos grupos, pues, era de 1 a 27.

El desarrollo de una economía exportadora dependiente casi obligaba a que la riqueza se concentrara de manera vergonzosa en una elite privilegiada, conectada de distintas maneras con las empresas monopólicas y dependientes. Quienes se movían (profesionales, políticos, funcionarios públicos, etc.) en la órbita de estos grandes intereses podían acumular enormes riquezas. Quienes estaban lejanos de esos intereses, no recibían nada. Por eso la distribución de la riqueza era tan mala en estos países en los 50’s y 60’s. El ejemplo de Chile: mientras el 10% más pobre participaba en un 1,5% del ingreso total del país, el 10% más rico participaba con un 40,2%. La razón que existía en el ingreso promedio de ambos grupos, pues, era de 1 a 27.

Esto era desastrozo para estas economías en formación (o muy recientes). En un país en que un grupo minúsculo es el único que cuenta con recursos para consumir, la industria, la empresa como todo, cuando intenta vender dentro (cuando no es una mera factoría dedicada al giro de la exportación) asume también un patrón productivo elitista: produce para satisfacer solamente esa demanda exigente y minúscula. Eso motiva la creación de una dualidad inconveniente. Esa empresa que vende a la elite, puede invertir en tecnología, sobre todo si se alimenta de capitales extranjeros. Pero aunque se trata de una empresa moderna, es una empresa ineficiente. Inevitable que sea así. Porque el volumen de producción dentro de un patrón elitista como el descrito tiene que ser muy bajo, dado el tamaño del mercado (a que obliga un elitismo en que son muy pocos los que consumen), lo que no permite las escalas adecuadas. Se puede ganar haciendo todo mal, desaprovechando los factores productivos. No sólo eso. Una industria de este tipo tiende a producir bienes no esenciales, bienes suntuarios, como los que demanda una elite. Los productos normales (y masivos) que necesita una sociedad saludable quedan fuera de los intereses de los sectores modernos de la industria. Para lo masivo, funciona otra industria. Aquella que no produce para la elite, sino para satisfacer la demanda de una mayoría muy pobre. Es una industria artesana, atrasada, sin capital, con nula tecnología, con trabajadores con bajísima calificación y remuneraciones miserables, sin profesionales, sin una correcta administración financiera. Que de ninguna manera “se la podría” para enfrentar una demanda mayor. La otra, elitista, pudo modernizarse, bien o mal. Esta, la artesanal, se quedó estancada.

Estas características conformaban un mismo todo. Se retroalimentaban. Una distribución desigual del ingreso, propia de una economía dependiente y concentrada, alienta la producción monopólica, junto con la producción elitista. Una economía monopolica y elitista es regresiva, estimula la distribución anormal de los ingresos. Todo ello favorece, por su parte, la concentración del poder y la transformación del estado en un instrumento que sirve los intereses de los poderosos más que los de la ciudadanía (un poder que se vuelve esclavo de los intereses). Se produce, pues, una interrelación peligrosa entre poder económico y poder político. Pues es en esta última instancia (la política) donde se juega la posibilidad de mantener y profundizar las estructuras concentradas, dependientes y oligárquicas (o de terminar con eso, vía elecciones o vía revolución).

Pero puede haber una forma muy sencilla de terminar con este círculo vicioso. Las mentes políticas más críticas del momento, vislumbraron esa posibilidad, casi siempre dentro de una misma fórmula. ¿Cómo zafar a estas sociedades de su destino? La sociedad civil, organizada, puede hacer poco para cambiar una realidad estructural tan seria. Sólo es posible hacerlo desde el Estado, por el camino de la política. Tomarselo para, desde allí, modificar la estructura de propiedad que permite este sistema y para reformar al estado que es instrumento del sistema. Nacionalizar los recursos, acabar con toda forma de imperialismo o dependencia, transformar la gran propiedad ineficiente en empresas medianas modernas, transferir a los sectores marginales poder de consumo.... Si la clase política se pone firme con esto, si se crea un patrón de demanda distinto (si se da mayor acceso al consumo a las masas), surgirá una nueva empresa, moderna, se estimulará de esta manera la producción de los bienes básicos que consume la gran mayoría.

Se terminará, entonces, con el despilfarro de recursos (usados de manera ineficiente en la producción de bienes no esenciales). Y vendrá, quizás, el desarrollo. Por una razón fundamental: el factor fundamental del subdesarrollo, piensan estos teóricos, es el predominio de una elite corrupta, entregada al extranjero y una estructura de propiedad de los factores productivos que está enferma (la gran propiedad, la gran empresa ineficiente). Si se termina con eso, podrá darse todo lo otro. Para llegar a ese resultado es obligatorio un paso inicial. El estado no podrá actuar como factor de transformación, si es que antes la sociedad crítica no se toma ese estado: por la elección o la revolución.

El diagnóstico se concretizó en agendas políticas que hicieron historia estos años (el diagnóstico todavía se muestra vivo en proyectos como el de Chavez que miran el mundo contemporáneo desde dentro de los códigos interpretativos que dominaban entre los 50's y 70's). ¿Resultados? Las nacionalizaciones y reformas agrarias, que son el pan de cada día en el periódo, provocaron sin duda la modernización en varios países tercermundistas, pero no lograron generar dinámicas más prolongadas y estables de cambio que dieran asiento a formas reales de desarrollo.

¿Razones? ¿estará en el carácter concentrado, monopólico, dependiente y elitista de estas economías nacientes el fundamento para las limitaciones visibles que constatamos a diario? Los intelectuales tercermundista que dieron vida a estas teorías estaban convencido de ello. Tenían, como siempre, una parte de la razón. Pero no toda. Hay motivos para suponer que el tema es mucho más complicado.

Revisemos esos motivos en clase.