jueves, junio 21, 2007

Un modelo para imitar

Stalin no logró convertir a la URRS en un país plenamente socialista, a la manera en que lo soñaran Marx o el mismo Lenin, pero si logró transformarla en una economía centralizada y planificada que fue capaz de industrializar un país subdesarrollado, generando un patrón de modernización disparejo, pero bastante efectivo. ¿Una traición al espíritu de la revolución? En alguna medida si, en otra no. Los caminos enredados de Lenin y Stalin, no dejaron sembrado ese paraíso indeterminado soñado por Marx, pero ayudaron a algunas de las aspiraciones del socialismo inicial.

Hablemos de eso.

En 1928 Stalin lanzó el primer plan quinquenal. Los argumentos eran claros:

“Estamos [decía] a 50 o 100 años atrás de los países avanzados. Tenemos que salvar esta distancia en 10 años. O lo hacemos a nos aniquilarán”.

Para acortar distancias se necesitaba una medicina mucho más radical que la prescrita por Lenin. El problema de la Nueva Política Económica era claro. Lenin había tratado de desarrollar el país con un sistema mixto, que reconocía un papel importante a la empresa privada. La NEP había permitido sacar a la economía del hoyo en que había quedado, luego de la guerra. Pero la recuperación era muy lenta. Hacia 1926-27, hemos visto, recién se había recuperado el nivel que tenía la industria en el año de 1913.

La NEP no solamente estaban dando lugar una perfomance económica mediocre, que se mostraba incapaz de aliviar al país de la enfermedad grave del subdesarrollo. Había permitido, a su vez, que se desarrollara una pujante clase media de propietarios agricolas –los llamados kulaks–, junto con un incipiente sector de empresarios urbanos, que estaban aprovechando las mejores ventajas del capitalismo para forjar riquezas dentro de un régimen socialista. Esto era impresentable para los miembros de la elite política que dirigía el proceso y para sectores amplios de la sociedad.

El asunto económico no era trivial. Stalin temía, con razones, que los occidentales, temerosos por la revolución, volvieran a asaltar Rusia, como durante la Primera Guerra. Y no se equivocó. En junio de 1941 se produjo una asalto masivo. La URRS pudo detener a los alemanes, pudo ganar la victoria, y pudo mantenerse... algo había cambiado por obra de Stalin.

Se necesitaba una economía solvente, para enfrentar esta coyuntura.

Stalin decidió dejar de lado todo lo del socialismo, y se aplicó completamente a la tarea de parar un plan económico sustentado en dos pilares: provocar una industrialización acelerada del país y promover la colectivización de la agricultura.

Durante la década y media que siguió a su determinación obligó a los habitantes de la antigua Rusia a participar en el esfuerzo económico más grande y sacrificado en el que haya participado alguna nación en la historia de Europa.

El pilar de esta política era la industrialización.

Los planes buscaban lograr la industrialización en un país subdesarrollado, en tiempo record. Había que partir, primero, por proveer al país de una industria pesada. Acero, electricidad, etc. Para hacerlo había se propuso como receta la total eliminación de los privados de la economía. El estado se encargaría de centralizar todas las tareas económicas.

Pero ¿cómo avanzar a la centralización de la economía?

La verdad es que los bolcheviques no tenían la menor idea de lo que harían con el estado una vez que lo capturaran (antes de que ese estado desapareciera, por obra de arte y magia). La ideología oficial del régimen tampoco proporcionaba un gran alivio a la ansiedad de lo desconocido. ¿Qué ofrecía el marxismo a la elite dirigente? Instrumentos teóricos que permitía hacer análisis fenomenal de la sociedad existente (del capitalismo), una buena teoría de la historia, pero nada concreto sobre el tipo de organización económica que debería aplicarse una vez que fuera destruida la sociedad burguesa.

Había algunas luces en la obra tardía de Engels. Engels nos había hecho ver que el principio despiadado de la libre competencia, que hace tanto daño al hombre, funcionaba siempre puertas afuera en el capitalismo, porque la competencia real se plantea siempre entre las empresas, pero no dentro de las empresas. ¿Qué pasa cuando un franquea la puerta de una fábrica o una institución cualquiera?. Allí lo que hay son distintos departamentos. Estos departamentos colaboran entre sí, bajo la conducción de una instancia central (la gerencia general, apoyada por el departamento de estudios). Cooperación, no competencia. Y eso funciona muy bien para las empresa. ¿Por qué no para los países? ¿cómo sería una economía nacional que funcionara como los hacen estas empresas? Una economía regida por un mismo dueño, el estado, bajo una dirección unificada, que planificara las metas de cada cual. Una economía en que sólo hubiera ‘departamentos’ que no compiten entre sí, guiados por sus intereses particulares, sino colaboran al logro de los mismos objetivos trascendentes que fija el interés superior, plasmados en planes.

Stalin puso a funcionar esta intención. El modelo era bien sencillo. Se creó un organismo, la Gosplan, que decidía sobre la bases de criterios técnicos los bienes o servicios que debían producirse cada mes, cada año. Este organismo técnico determinaba, además de la cantidad, la calidad de cada producto. Fijaba todo, unidad por unidad, sin tomar en cuenta las variables monetarias: a diferencia de las economías capitalista en que se programa en base a valores monetarios, en esta economía se planificaba en unidades de los distintos productos. Los planes decidían qué productos, cuántos de ellos. Fijaba también a qué precios debían venderse cada producto. No solo eso. También decidía para qué especialidades debían prepararse los trabajadores, cuántos profesionales debían ser preparados por las universidades, en cada profesión o actividad. Decidía junto con todo lo de la producción de factores, la manera en que se debían distribuir: a qué empresas se mandaba acero, se le daba electricidad, qué empresa debía ser creada, dónde. La Gosplan se encargaba de hacer acoples extraordinarios: por ejemplo, que las empresas que hacían ruedas de autos, produjeran tantas idems como necesitaban las fábricas de autos (cosa realmente difícil de hacer cuándo el asunto lo zanjan millares de burócratas, que usan la regla y las tablas arisméticas, para abordar algo que los mercados libres arreglan sin el menor problema, a través de los precios).

Para cumplir esas metas nacionales de producción, pues, era necesario bajar a un nivel de detalles exquisitos. Cada fábrica o unidad, en cualquiera esfera o nivel, recibía del organismo central metas parciales. Estas metas eran levantadas a partir de los inputs que enviaban a los planificadores centrales los centros de estudios de cada unidad.

Pero, ¿cómo garantizar el cumplimiento de estas metas?

En las economías de mercado los empresarios aumentan o disminuyen la producción en función de las señales del mercado. Se aumenta la producción cuando hay la expectativa de ganar más dinero (disminuye cuándo sucede lo contrario). En las economías de mercado, pues, el único estímulo que se necesita para que uno produzca más es el lucro, pero aquí no existe esa expectativa. ¿Qué señal siguen los directores de las fábricas en un sistema en que no existe un estímulo monetario? Stalin tuvo que inventar otro mecanismo: se usó el aparato de propaganda y efectivos mecanismos de coherción para transformar a los directores de industrias o servicios y a sus trabajadores o profesionales, en un batallón ultradisciplinado, al que se hacía sentir que al cumplir con las las metas se estaba ayudando patrióticamente a la construcción del socialismo Estas señales estuvieron en manos de los expertos en propaganda del régimen. El modelo que ellos potenciaban era el del trabajador sufrido, dispuesto a hacer cualquier sacrificio, en pos de la revolución.

El aparato de propaganda del régimen exaltaba las maravillas que lograban las industrias soviéticas. La opinión pública celebraba cada avance logrado por las industrias, celebraba como un hecho patriótico el que las empresas cumplieran sus metas. Esta información iba a los diarios. La gente celebraba estas victorias como nosotros gozamos los triunfos tenísticos de Gonzalez.... el incumplimiento de las metas, por otra parte, era causa de profundo desprestigio. No era cosa de fallar. El director que no lograba cumplir, dentro de la retórica del régimen, era un paria. Su fracaso equivalía, de alguna manera, a conspirar contra la revolución. El costo de esta conspiración podía ser más alto o más bajo. El directivo se se podía quedar sin trabajo. Pero el fracaso era algo serio, también podía ser arrestado y hasta podía ser fusilado (bajo el cargo grave del “sabotaje”).

Los trabajadores soviéticos se exigieron hasta el límite de sus fuerzas, incluso más allá de eso. Tuvieron un modelo ejemplar (en realidad, varios, largamente difundidos por la prensa oficial). Se trataba del legendario Stakahanov, que había logrado extraer más de 100 toneladas en un solo día de la mina, en circunstancia de que el mejor trabajador europeo apenas lograba superar las 10 toneladas.

Su sufrido esfuerzo, el sacrificio de una generación completa de obreros y campesinos era algo completamente necesario: el costo obligado del 'milagro económico' de los soviéticos.

Fue ese sacrificio enorme, precisamente, llevado adelante por las primeras generaciones post-revolución (similar, por ejemplo, al de los colonos que formaron la Villa Baviera en Chile), en que permitió a que la antigua Rusia se levantara como un gran poder mundial.

El ritmo de crecimiento de la economía, en los quince años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, superaron los resultados de todas las economías del mundo, salvo la japonesa. Luego de quince años de crecimiento acelerado hacían augurar un futuro muy promisorio para el socialismo real de los soviéticos: el modelo de planificación central parecía estar derrotando al capitalismo; parecía como si en un horizonte de tiempo muy corto los países del bloque comunista fueran a alcanzar a las naciones occidentales.

La antigua Rusia logró transformarse en una gran potencia industrial de alcance mundial.

En 1913 Rusia aportaba un 6% del PGB del mundo y el 3,6% de la producción industrial (con un 9,4% de la población mundial). Cuando por fin los europeos tomaron la decisión de asaltar la URSS (cosa que los soviéticos esperaban largamente), la economía ya se veía muy firme. Stalin, previsor, había instalado la nueva industria pesada en la parte asiática de la URRS, detrás de los urales, para dejar una buena distancia frente a cualquier invasor. La industrialización, por primera vez, alcanzaba esa zona fronteriza de Europa. Hacia 1939 la URRS se había convertido en toda una potencia industrial, colocándose como la tercera economía del mundo, luego de Estados Unidos y Alemania (desplazando de ese lugar a Gran Bretaña).

El ascenso de esta potencia industrial continuó. En 1986, la última década en la existencia del bloque, la URRS generaba el 14% del PGB mundial y aportaba un 14,6% de la producción industrial.

Estas mejoras se reflejaban en la posición relativa de la URRS en relación a su gran contendor. En 1950 el PNB soviético era sólo un 30% del norteamericano. En 1975 se acercaba al 75%. Parecía como si fuera posible pensar en un emparejamiento, acaso en una superación....

La industrializacion le había dado los recursos para convertirse en una superpotencia, capaz de solventar los gastos que demandó el sofisticado aparato defensivo, la carrera espacial.....

¿Socialismo? Existen dudas razonables acerca de si una economía planificada o dirigida es algo específicamente socialista. Pero el tema tiene muchos bemoles. Uno puede aducir que las soluciones de Stalin, que no son específicamente socialistas, si lo conllevaron, de alguna forma, en alguna medida.

Dos o tres comentarios sobre eso.

En cierta forma las economías planificadas si llevaron al socialismo, por sus propios caminos intrincados. No se trataba, por cierto, de ese socialismo soñado por los pensadores que conformaron esta matriz de ideas de liberación en el siglo XIX (de los cuales les hablé largo y tendido), ni del socialismo por el cual habían luchado Lenin, Trotsky y tantos otros de la primera fila de la revolución. Pero se trataba, sin embargo, de aproximarse a los resultados que esos modelos teóricos y esos sueños buscaban, por un camino raro, que todos esos primeros luchadores y revolucionarios habrían rechazado. Algo de todas maneras valioso, porque pese a no ser ideal, era muy real.....

La centralización económica y política de los comunistas, dentro de un extraño régimen de dictadura de partido único, permitió que surgiera una sociedad muy igualitaria. Muchos de los males de las economías capitalistas desaparecieron. En la URRS no había ciclos de prosperidad y depresión, como en occidente (no los hubo, por lo menos hasta la década de 1970, cuando los soviéticos comenzaron a sufrir impensadamente los efectos de la globalización, luego de que estallara esa crisis primera del petróleo que los terminó arrastrando a una crisis económica de proyecciones insospechadas). Tampoco había, por lo mismo, coyunturas de desempleo. El ingreso de cada habitante de la URRS estaba asegurado. Lo mismo que la vivienda, la salud, la educación. Nada muy glorioso, pero un mínimo suficiente para vivir con cierta dignidad. Los abusos contra niños, mujeres o grupos especiales de personas casi desaparecieron. Es cierto que había una minoría de gente muy rica, fundamentalmente gente próxima al PCUS, que había diferencias de ingreso (los funcionarios del régimen, los directores de las empresas, los ingenieros, los intelectuales y artistas regalones) pero nada comparable a lo que se veía en occidente.

La URRS, pues, había logrado, por este camino extraño, cumplir con su propuesta inicial: ofrecer al mundo el primer modelo de desarrollo que no dependiera de la despiadada libre competencia capitalista, un modelo que no lograba la libertad y la plena integración social, pero si una dosis bien avanzada de igualdad. Un modelo que había permitido industrializar en forma muy acelerada una nación subdesarrollada, generando una modernización dispareja, sin duda incompleta, pero modernización.

Este modelo ofrecía una verdadera alternativa al capitalismo. Esta fórmula, sin embargo, no podía resultar atractiva para las democracias occidentales (capitalistas), que iniciaron una etapa de expansión en la segunda mitad del siglo XX: vivieron un tipo de modernización, más plena, más armónica, por más que estuviera expuesta a vaivenes, que resultaba mucho más conveniente que la formula dispareja de los soviéticos (más mediocre en los resultados, porque sólo parecía caminar en el ámbito de lo industrial, pero no en el de la innovación, no en muchos sectores, además sustentada en el autoritarismo y en la supresión de los valores individuales, que eran parte esencial del ADN cultural en occidente). ¿De qué les servía a ellas un modelo de desarrollo que parecía tan ajustado a las características de las naciones subdesarrolladas?

Para los otros, aquellos cuyas realidades eran tan similares a las de la Rusia primitiva, el modelo si servía. Fueron ellos, habitantes del tercer mundo no industrializado, los que vieron en el socialismo real una alternativa fascinante. En otra nota de este blog profundizo esta materia.