Conversamos, en clases, sobre las ideas de Marx. Las conocimos lo suficiente para tener una noción más o menos clara acerca de lo que ellas comportaban. Pues bien, luego de terminar de hablar de Marx y de sus ideas, hay que comenzar a hablar del marxismo, que es una cosa bien distinta: aquella suerte de apropiación que hacen de ese corpus de ideas una serie de movimientos sociales y políticos que se dan en la Europa industrializada.
Entre las décadas de 1850 y 1870 las ideas de Marx fueron madurando, materializándose en una serie de brillantes textos, que van conformando una obra gruesa, que transforma las intuciones expuestas en El Manifiesto Comunista, en las piezas de una gran teoría de lo social (que describía como ninguna lo que era el mundo capitalista, y que aporta, además, un programa político muy claro para conducir el pensamiento de izquierda hacia la superación de ese capitalismo). A esta torta le faltaba solamente una guinda. Eso sucedió en 1867 cuando Marx publicó el primer volumen de su obra más importante: El Capital (obra que su muerte va a dejar inconclusa). A partir de entonces este emigrado alemán, avecindado en Inglaterra desde fines de la década de 1840, se convirtió en una celebridad mundial. Sus ideas, además, se fueron transformando con rapidez en el canon de cualquier socialismo posible en toda Europa.
En los 70’s el marxismo gano una popularidad inusitada al interior del movimiento obrero, popularidad que no había gozado ningún ideario socialista, ni siquiera el anarquismo (tan vivo en la parte latina de Europa: Francia, Italia y España). El prestigio alcanzado por las ideas de Marx quedó de manifiesto cuando se formó la Segunda Internacional de partidos socialistas, el año de 1889. Esta organización, heredera de la Primera Internacional (de 1864), se constituyó en París, en una reunión que convocó 400 delegados de 20 países. Su programa, inicialmente, había sido encargado a Mazzini. Se buscaba potenciar un movimiento socialista que rebasara el horizonte mezquino de los estados nacionales. Un tipo de fraternidad más amplia. Las ideas de Mazzini, que querían poner rostro a esa intención, fueron inmediatamente desplazadas por las del recientemente fallecido Marx. Marx pasó a ser, a partir de ese momento, el único interprete válido de cualquier socialismo posible en Europa.
El marxismo caló en todos los partidos socialistas. El primero de ellos fue al PS alemán, de 1875, desde el principio marxista. Poco después se organizaron partidos socialistas en Francia, Austria, Bélgica, Suiza, Dinamarca y Suecia. Todos marxistas. Lo mismo en Rusia, el mismo año de la muerte de Marx (1883). Apareció luego la Federación Social Demócrata inglesa, al lado del partido laborista (un partido obrero no marxista). Incluso en el remoto Chile apareció un partido socialista marxista algunos años después (en 1912).
El marxismo ganó adeptos en las elecciones políticas de principios del siglo XX. La izquierda se transformó en una fuerza electoral monumental. Hacia 1914 era, de hecho, la fuerza electoral más importante de Europa.
Pleno éxito del marxismo. Pero también, a la vez, una extraña derrota. Porque en la segunda mitad del siglo XX la clase trabajadora Europea, que se miraba ideológicamente en el espejo que le ofrecía el marxismo, perderá todo su potencial revolucionario. Toda una ironía: en el momento mismo en el que marxismo lograba imponerse como ideología dominante del movimiento trabajador (en Europa y en otras partes, como Chile), dejó de pesar como un verdadero instrumento para la superación de capitalismo.
Esto pasó así: todos los partidos y movimientos socialistas de Europa, fueron descubriendo que si participaban en el sistema que querían destruir, a través de la la protesta o la huelga, podían sacar una buena tajada de beneficios a las empresas. ¿Para qué gastar sangre en luchar por una guerra de clases si se estaba logrando el bienestar a través del camino de la social democracia?
El gradualismo o revisionismo había traído más bienestar del que los pobres habían gozado nunca. Realidad indesmentible.
Las odiosas diferencias del principio fueron dando origen a modelos de mayor integración social. Las condiciones materiales del trabajador mejoraron, las barriadas obreras comenzaban a recibir los adelantos del siglo... en los países más capitalistas de todos....
¿Y la revolución? A comienzos del siglo XX había dejado de ser un objetivo para los marxistas. Los trabajadores, los líderes socialistas, los ideólogos, habían dejado de ser, casi todos ellos, revolucionarios activos. La social-democracia se volvió la receta dominante en Europa. Dejó de ser ser posible, por lo mismo, el estallido de una verdadera revolución proletaria en Europa, que destruyera el capitalismo y la democracia. En todas partes, incluida Rusia, con su aguerrido socialismo revolucionario, parecía no haber, ya, ninguna esperanza para la revolución.
La suerte del socialismo científico de Marx, que les describí, parecía ya echada. Marx se había convertido en un filósofo más, para conocer y comentar en clases. El marxismo, como proyecto histórico, parecía muerto, oleado y sacramentado. Pero entonces se produjo un hecho completamente fortuito, que lo cambió todo, que cambió, de paso, el aspecto que ofrecería el mundo a lo largo del siglo XX.
Marx había previsto que la revolución se produciría de manera inevitable en las sociedades más industrializadas, como consecuencia de la maduración del proceso de lucha de clases. Luego del período revolucionario, sobrevendría un período en que el proletariado ejercería una severa dictadura, como primer paso para la construcción de la sociedad sin clases, sueño final del marxismo.
La revolución socialista, sin embargo, no estalló en Inglaterra, ni en Francia, ni en Alemania. Ni en ningún otro país de la Europa desarrollada. Estalló en Rusia, la nación más atrasada de Europa (el lugar menos apto para soñar con el inicio del socialismo....).
Allí revivio un extraño marxismo, cuyos matices deben ser motivo de la discusión que vamos a tener en clase. Luego de eso, el marxismo se transformó el en marco de referencia para otras naciones subdesarrolladas, en el tercer mundo descolonizado, del cual hablamos largo (creado para países de industrialización superior, tuvo que aterrizar en las naciones pobres del sur, como el remoto Chile).
En esos lugares impensados el marxismo prendió con una fuerza inusitada, hasta hace muy poquito.
Para ver como aterriza el marxismo y se encarna muy bien en el mundo intelectual y social, lean esta perla: la interpretación marxista de la historia de Chile de Luis Vitale. Recorran, por ejemplo, las páginas del tomo I.
Entre las décadas de 1850 y 1870 las ideas de Marx fueron madurando, materializándose en una serie de brillantes textos, que van conformando una obra gruesa, que transforma las intuciones expuestas en El Manifiesto Comunista, en las piezas de una gran teoría de lo social (que describía como ninguna lo que era el mundo capitalista, y que aporta, además, un programa político muy claro para conducir el pensamiento de izquierda hacia la superación de ese capitalismo). A esta torta le faltaba solamente una guinda. Eso sucedió en 1867 cuando Marx publicó el primer volumen de su obra más importante: El Capital (obra que su muerte va a dejar inconclusa). A partir de entonces este emigrado alemán, avecindado en Inglaterra desde fines de la década de 1840, se convirtió en una celebridad mundial. Sus ideas, además, se fueron transformando con rapidez en el canon de cualquier socialismo posible en toda Europa.
En los 70’s el marxismo gano una popularidad inusitada al interior del movimiento obrero, popularidad que no había gozado ningún ideario socialista, ni siquiera el anarquismo (tan vivo en la parte latina de Europa: Francia, Italia y España). El prestigio alcanzado por las ideas de Marx quedó de manifiesto cuando se formó la Segunda Internacional de partidos socialistas, el año de 1889. Esta organización, heredera de la Primera Internacional (de 1864), se constituyó en París, en una reunión que convocó 400 delegados de 20 países. Su programa, inicialmente, había sido encargado a Mazzini. Se buscaba potenciar un movimiento socialista que rebasara el horizonte mezquino de los estados nacionales. Un tipo de fraternidad más amplia. Las ideas de Mazzini, que querían poner rostro a esa intención, fueron inmediatamente desplazadas por las del recientemente fallecido Marx. Marx pasó a ser, a partir de ese momento, el único interprete válido de cualquier socialismo posible en Europa.
El marxismo caló en todos los partidos socialistas. El primero de ellos fue al PS alemán, de 1875, desde el principio marxista. Poco después se organizaron partidos socialistas en Francia, Austria, Bélgica, Suiza, Dinamarca y Suecia. Todos marxistas. Lo mismo en Rusia, el mismo año de la muerte de Marx (1883). Apareció luego la Federación Social Demócrata inglesa, al lado del partido laborista (un partido obrero no marxista). Incluso en el remoto Chile apareció un partido socialista marxista algunos años después (en 1912).
El marxismo ganó adeptos en las elecciones políticas de principios del siglo XX. La izquierda se transformó en una fuerza electoral monumental. Hacia 1914 era, de hecho, la fuerza electoral más importante de Europa.
Pleno éxito del marxismo. Pero también, a la vez, una extraña derrota. Porque en la segunda mitad del siglo XX la clase trabajadora Europea, que se miraba ideológicamente en el espejo que le ofrecía el marxismo, perderá todo su potencial revolucionario. Toda una ironía: en el momento mismo en el que marxismo lograba imponerse como ideología dominante del movimiento trabajador (en Europa y en otras partes, como Chile), dejó de pesar como un verdadero instrumento para la superación de capitalismo.
Esto pasó así: todos los partidos y movimientos socialistas de Europa, fueron descubriendo que si participaban en el sistema que querían destruir, a través de la la protesta o la huelga, podían sacar una buena tajada de beneficios a las empresas. ¿Para qué gastar sangre en luchar por una guerra de clases si se estaba logrando el bienestar a través del camino de la social democracia?
El gradualismo o revisionismo había traído más bienestar del que los pobres habían gozado nunca. Realidad indesmentible.
Las odiosas diferencias del principio fueron dando origen a modelos de mayor integración social. Las condiciones materiales del trabajador mejoraron, las barriadas obreras comenzaban a recibir los adelantos del siglo... en los países más capitalistas de todos....
¿Y la revolución? A comienzos del siglo XX había dejado de ser un objetivo para los marxistas. Los trabajadores, los líderes socialistas, los ideólogos, habían dejado de ser, casi todos ellos, revolucionarios activos. La social-democracia se volvió la receta dominante en Europa. Dejó de ser ser posible, por lo mismo, el estallido de una verdadera revolución proletaria en Europa, que destruyera el capitalismo y la democracia. En todas partes, incluida Rusia, con su aguerrido socialismo revolucionario, parecía no haber, ya, ninguna esperanza para la revolución.
La suerte del socialismo científico de Marx, que les describí, parecía ya echada. Marx se había convertido en un filósofo más, para conocer y comentar en clases. El marxismo, como proyecto histórico, parecía muerto, oleado y sacramentado. Pero entonces se produjo un hecho completamente fortuito, que lo cambió todo, que cambió, de paso, el aspecto que ofrecería el mundo a lo largo del siglo XX.
Marx había previsto que la revolución se produciría de manera inevitable en las sociedades más industrializadas, como consecuencia de la maduración del proceso de lucha de clases. Luego del período revolucionario, sobrevendría un período en que el proletariado ejercería una severa dictadura, como primer paso para la construcción de la sociedad sin clases, sueño final del marxismo.
La revolución socialista, sin embargo, no estalló en Inglaterra, ni en Francia, ni en Alemania. Ni en ningún otro país de la Europa desarrollada. Estalló en Rusia, la nación más atrasada de Europa (el lugar menos apto para soñar con el inicio del socialismo....).
Allí revivio un extraño marxismo, cuyos matices deben ser motivo de la discusión que vamos a tener en clase. Luego de eso, el marxismo se transformó el en marco de referencia para otras naciones subdesarrolladas, en el tercer mundo descolonizado, del cual hablamos largo (creado para países de industrialización superior, tuvo que aterrizar en las naciones pobres del sur, como el remoto Chile).
En esos lugares impensados el marxismo prendió con una fuerza inusitada, hasta hace muy poquito.
Para ver como aterriza el marxismo y se encarna muy bien en el mundo intelectual y social, lean esta perla: la interpretación marxista de la historia de Chile de Luis Vitale. Recorran, por ejemplo, las páginas del tomo I.