jueves, junio 21, 2007

La guerra de guerrillas: la izquierda en el tercer mundo

La capital del progresismo más radical se trasladó, en el periodo que estamos estudiando (1945-1990), desde las comodidades materiales del norte del mundo, a la parte más jóven y políticamente inestable: aquella que vivió los efectos de la descolonización, de la explosión demográfica, de la crisis terminal de la agricultura.

Pero la revolución que comenzó a darse en el sur, alimentando los sueños de los izquierdistas de cualquier parte, no era la misma revolución que conocíamos. La guerra de clases en Latinoamerica, Africa y Asia no es una acción de masas, un enfrentamiento a gran escala de proletarios o campesinos, liderados por una vanguardia consciente, contra el estado capitalista. Tampoco es el resultado un poco forzado (bastante forzado, en realidad), luego de la ocupación de Ejército Rojo. La izquierda radical emprende otro tipo de guerra, la guerra de guerrillas.

El fenómeno es claramente tercermundista. En los 70’s se hizo un catastro de las mayores guerrillas operativas a contar de 1945. Se registró un total de 32. Todas ellas se localizaron en el tercer mundo, salvo tres (una en Grecia, otra en Chipre y la tercera en Gran Bretaña).

¿Homologables a las revoluciones de los comunistas? Para nada. Los soldados de estos ejércitos irregulares minúsculos son pequeños grupos de jóvenes liderados por una figura magnética (el paradigma es el “che”), que se van a la sierra o a los muladares que rodean de miseria las ciudades y realizan allí acciones de tipo terrorista, con el propósito de dar inicio a un lucha contra los poderes establecidos. Son propiciadores de movimientos revolucionarios. No son ellos mismos parte de una acción masiva, de una genuina revolución popular.

El guerrillero no es el pueblo, no es parte del pueblo, tampoco no actúa, directamente, en nombre del pueblo. Se trata, casi siempre, de jóvenes de clase media, de origen urbano, con formación universitaria (acompañados por uno que otro miembro de la clase trabajadora, uno que otro miembro de los estratos más bajos de la clase media), que actúan, en cierto modo, a espaldas del pueblo... un “pequeño núcleo de iniciados” que realiza la tarea conspirativa en medios en donde hay un pueblo indignado, que no logra ser consciente de las razones de la injusticia que lo solivianta.... los iniciados logran aprovechar esa indignación subyacente del oprimido, que no sigue, por sí misma, una dirección definida; logran canalizarla hacia direcciones que sean útiles al logro de objetivos políticos que traerán al oprimido la libertad y la justicia, un orden social mejor; una clase de orden que ellos necesitan aunque no sean del todo conscientes de ello.

Estos soldados de fuerzas pequeñas e irregulares, que atacan de noche, sin detenerse en pudores de ninguna clase, que colocan bombas, que asesinan culpables, deben someterse a una disciplina estricta, pero no es esa prusiana de los burgueses.

¿Cuál es el objetivo político de su guerra informal?. El guerrillero “es un reformador social. El guerrillero empuña las armas como protesta airada del pueblo contra sus opresores, y lucha por cambiar el régimen social que mantiene a todos sus hermanos desarmados en el oprobio y la miseria. Se ejercita contra las condiciones especiales de la institucionalidad de un momento dado y se dedica a romper con todo el vigor que las circunstancias permitan, los moldes de esa institucionalidad” (palabras del Che Guevara).

No se trata de botar regimenes capitalistas, como pudo haber interesado al socialista europeo, sino de acabar con tiranías, del tipo que sea. Por ejemplo, las tiranías de las potencias colonialistas que se resisten a liberar las naciones sometidas. Hay algo titánico en este enfrentamiento, porque siempre se da en condiciones de desigualdad. También una estética hippie que es muy seductora.

El guerrillero casi nunca es campesino, está visto. Pero el teatro de operaciones más propicio para su acción política y militar es el que ofrece el campo.

Hay convicciones tácticas detrás de esta opción. El guerrillero no puede triunfar en cualquier parte. El sabe qu que es parte de una minoría insignificante, que los brazos del orden que rige son poderosos, que las fuerzas militares formales los superan sin contrapeso. Necesitan, por lo mismo, pensar en condiciones que sirvan como contrapeso para esta desventaja inicial.

Lo primero es elegir bien el lugar. No se necesita que allí esté muy presente la izquierda organizada. Solamente que existan condiciones oprobiosas, que desgarren a la sociedad en sufrimientos infinitos..... Para que su movilización de paso a una auténtica revolución debe hacerlo sobre un terreno abonado, en países, en continentes, que estén maduros para la revolución (como latinoamérica), porque allí las injusticias son extremas, porque las diferencias etnicas, sociales, culturales y económicas superan lo soportable, porque la explotación imperialista es más que bárbara. En estos lugares calientes (otros, distintos a los prespuestos por Marx y los europeos, que tenían en mente las partes más avanzadas), teoriza Regis Debray (la mente que puso conceptos claros al tipo de acción espontánea que se propagó por el tercer mundo), usando como modelo el caso cubano, pueden bastar pequeños grupos de elite, bien armados, disciplinados, sólidamente comprometidos con su misión de redención, con tal de que sepan usar bien sus ventajas tácticas.

Urgente agregar un complemento. Es en países calientes donde tiene sentido dar los pasos iniciales, en este proceso de acumulación de fuerzas. Se necesita, también, sembrar los primeros fuegos de la guerrilla en zonas protegidas por la geografía, por la distancia, donde sea posible construir redes logísticas de apoyo que se sustancien en la ira de los habitantes más desprotegidos del tercer mundo (esos campesinos sin tierra, hambrientos, que con suma facilidad pueden sumarse a las primeras fuerzas, que son lo que más abunda en estos países). Se necesitan lugares dónde sea posible atacar de noche, por sorpresas, sin límites de ninguna clase, en las sierras, en los lugares más aislados del campo, luego replegarse con facilidad, ocultarse. En lugares inaccesibles las operaciones de los ejércitos regulares, siempre mucho más poderosos en equipamiento y en números, se hacen suficientemente dificultosas como para que pueda producirse un cierto empate. En esos lugares protegidos por la geografía, el núcleo de iniciados puede ganarse el apoyo de los campesinos con los cuales se está haciendo vida. Así se afirma este momento inicial de la revolución, un pequeño foco guerrillero que no es fácil de apagar, y que sigue vivo precisamente por el apoyo del campesino (que protegue al guerrillero, que lo alimenta en silencio, que le dona, a veces, algunos hombres...).

Si el foco logra durar lo suficiente, y estamos en un país ‘maduro’, es posible pasar a lo siguiente. El foco desencadenará, en el momento apropiado (acaso mucho después), un movimiento de masas, que permitirá controlar territorios amplios, botar gobiernos, imponer mandatos que favorescan el interés del pueblo.

El campo es la opción preferida por la guerrilla, pero no la única. También puede crearse focos en las barriadas populares de las grandes ciudades, guerrillas de gueto: en Lima, como lo hizo Sendero Luminoso, en guetos miserables, como sucedió con los Panteras Negras en Estados Unidos, con las guerrilas palestinas en los campos de refugiados, con el IRA en el Ulster. Allí la guerrilla puede nutrirse, ya que no de campesinos sin tierras, de los niños botados en la calle, que viven bajo los puentes, de la barras bravas, de movimientos estéticos y culturales de marginados, de minorías discriminadas.

La gracia de las guerrillas urbanas es que resulta más fácil armarlas, porque no se necesita contar con el apoyo de las masas campesinas. Basta con que la célula tenga un mínimo de simpatizantes, un mínimo de financiamiento, para poder emprender acciones muy efectivas, con mucha más publicidad de la que recibe el guerrillero que actúa en el campo. Bombas en lugar públicos, asesinatos muy sonados (como, por ejemplo, el del primer ministro Aldo Moro, ajusticiado por las brigadas rojas en 1978).

Caso notable es el que ofrece Osama Bin Laden, con su perfomance espectacular del 11 de septiembre.

Este tipo de guerrilla urbana, toma el nombre del terrorismo, que nos resulta tan conocido hoy en día, gracias a Bush. Pero es lo mismo descrito, con una denominación distinta.

¿Qué resultados trajo la revolución a través de la guerrilla en el tercer mundo?

Los dividendos de estos revolucionarios fueron escasos. Fidel logró ganar la revolución casi por suerte (el gobierno de Batista apenas se sostenía, bastó la acción bien afortunada de uno de los muchos grupos de complotadores para afirmar un foco que se ganó rápido un apoyo masivo de los campesinos). Fue un asunto de suerte, más que el mérito del tipo de táctica empleada. Esto quedó en evidencia con todos los otros guerrilleros, que les fue entre mal y peor. Casi todos los seguidores de Fidel, Trotsky y Mao fracasaron de inmediato, pagando con su vida. Cuando lograron formar focos, fallaron en propiciar revoluciones: sus arriesgadas acciones nunca prendieron en las masas, nunca tumbaron gobiernos, nunca lograron, al final, provocar cambios en las estructuras de sus países.

A todos los “focos” guerrilleros les pasó, al final, lo que al “che” en Bolivia, o a los jóvenes del MIR en la localidad de Neltume, entre 1980 y 1981.

La única excepción importante fueron los puntos que se anotaron los guerrilleros de Vietnam, que lograron derrotar a la principal potencia del mundo, luego de una larga guerra irregular.

Los cambios revolucionarios, pues, no llegaron por ahí, más allá de una que otra excepción. ¿En qué se afirmaron, sino en este tipo de revolucionarios? En Latinoamérica, por ejemplo, fueron mucho más fértiles las acciones de políticos progresistas, inspirados en el modelo soviético (como Salvador Allende) y sobretodo, las dictaduras militares, que hoy día tienen tan mala fama: las fuerzas armadas, que se tomaron los países por muchas décadas, aplicaron sin ninguna restricción reformas agrarias, programas de industrialización forzada, además de variantes tercermundistas de las purgas (como Velasco Alvarado). Esto fue así incluso en el caso de dictadores ultraderechistas (como Pinochet, que terminó siendo acaso más revolucionario que el mismo Allende).

Sumando y restando, el balance que arrojó el radicalismo revolucionario es completamente decepcionante.

El mundo siguió tal cual. Las oleadas sucesivas de radicalismo de izquierda no cambiaron nada importante. El capitalismo y la democracia liberal siguieron más vivos que nunca, convertidos en los principales factores de transformación en el mundo en las últimas décadas del siglo XX. Su fuerza histórica incontrarrestable se ha potenciado a raíz de la globalización: las finanzas se mundializan, prende la lógica trasnacional en el mundo de las empresas, surge una tecnología capaz de conectarlo todo, todo lo cual colabora a que se extienda, sin freno, la lógica democrática, que es la más ajustada a la textura cambiante de lo postmoderno (abarcando incluso zonas en que la lógica democrática aplica muy mal con la realidad de lo local).

El capitalismo y la democracia no solo han demostrado su efectividad histórica en los terrenos que le eran propios. Lo han hecho también, con resultados sorprendentes, en el dominio mismo que la izquierda consideraba como propio. No han sido las revoluciones las que han permitido mejorar el estandar de vida de la clase trabajadora en los países que muestran indicadores sociales alentadores. Las mejoras han estado asociadas, más bien, a los ingrementos en la producitividad y al reformismo socialdemócrata, que es la manera capitalista de corregir los defectos del modelo.

Todos los proyectos políticos alineados con las vigas maestras de la receta soviética, todas las experiencias revoltosas del tercer mundo, terminaron estrellándose con el resultado más evidente de todos: el capitalismo era mucho más fuerte de lo que la izquierda (de arriba o de abajo) pensaba; lo mismo que su cara institucional, la democracia.

¡Las vueltas de la vida!

Los rebeldes de la segunda mitad del siglo XX, ya vemos, no afectaron seriamente el sistema, no lo botaron, como habría querido. Pasó, más bien, todo lo contrario: la izquierda fue la que se vino al suelo, luego de precipitarse en un colapso apurado que dejó a todo el mundo soprendido.

Las formas tercermundistas de contestación, podemos concluir, tuvieron el mismo destino infausto que las formas tradicionales, de los antiguos radicales del norte (no lograron iniciar movimientos masivos de liberación que terminaran con todas las formas de opresión, no lograron cambiar el orden ni dentro de los países, ni al interior de las regiones, ni menos en el planeta). Pero es importante cerrar esta nota con una matización importante: el fracaso de la rebeldía de las generaciones de jóvenes que tomaron el relevo en estas décadas sólo puede ser juzgado como tal dentro de marcos de discusión de la antigua izquierda: una izquierda que miraba que quería resolver los nudos gordianos de la historia mirando la realidad desde el punto de vista de la lucha de clases, una izquierda obsesionada con lo que pasaba a los estados nacionales (que transforma al estado en el factor central de toda propuesta de desarrollo, de toda igualación social), una izquierda que quería socializar medios de producción, como si las ventajas y desventajas se jugaran siempre en la arena tangible de lo más directamente material, como si los principios de la coerción operaran solamente desde dentro de las esferas más directamente evidentes del poder..... una izquierda que no tomaba en cuenta la importancia que tienen formas más delicadas de sometimiento, como las que se concretizan en el lenguaje, en los paradigmas normales de las ciencias y el arte, en las formas diversas que ofrece la cultura; una izquierda que no sabe juzgar, por lo mismo, la potencia fértil del progresismo que alimenta los cambios culturales, que se enriquece a partir de los enfrentamientos intergenaracionales, que se nutre, efectivamente, de las energías que provienen del fondo multicolor de lo social.

En las esferas evasivas de lo cultural, los triunfos y las derrotas tienen que ser matizados. Dejo esa tarea para otra nota.